favoreciendo una amistosa exoneración de las ofensas, por el mero trámite
de una muy apropiada apelación a la magnanimidad de su condición de
caballeros.
Así las cosas, tanto entre damas y caballeros, como entre criadas y
escuderos, se cruzan, en un magnífico ejemplo de que la crítica
especializada denomina generalización del agente cómico- no sólo los
agravios, sino también toda clase de disculpas y amables perdones.
Consecuentemente, en este universo ficticio de los agravios se pasa a los
acuerdos, y de los misterios a la comprensión y a los reconocimientos. Así,
en un grotesco final, el espectador ve, en claro contraste con otras formas
teatrales serias, cómo lo que en apariencia se reconoce por la experiencia
estética del público como un conflicto de honor, mediante un juego teatral y
convencional de entendimientos, culmina con bodas y sin muertes
cruentas.