Dobles
A
aAaAaAa– dijo la mujer vestida de blanco
transparente.
No hacía falta mirarme al espejo para
reconocerme. Estaba allí delante. Justo
enfrente. Mis ojos, mi boca, mis cejas,
mi sonrisa. Todo igual. Era la protagonista de aquella
obra rara donde todos los personajes se expresaban
con onomatopeyas. Era la actriz de las as. A veces se
asombraba, a veces se dolía, a veces se espantaba, a
veces se alegraba.
Me entraron ganas de salir corriendo. Porque era yo.
Otra yo. Incluso los gestos se reproducían con absoluta
fidelidad. Debía tener, eso sí, unos cuantos años menos.
Hubo un momento en que pareció detectarme entre el
público y se paró en seco. Menos mal que su personaje,
siendo de as, era un poco lento y tardaba en reaccionar. Eso hizo que el impás quedara solapado por el no
argumento de la obra.
No tenía intención de quedarme a saludarla pero oí una
voz a mis espaldas.
–¡Perdona, perdona!
Me volví y era yo. Las dos nos quedamos en silencio
durante unos buenos segundos. Luego yo sonreí y ella
sonrió. Rebeca, que así se llama mi doble, dio unos
pasos hacia mí.
–Te has dado cuenta, ¿no?
Asentí con la cabeza.
–Me gustaría que habláramos.
Tras unos breves balbuceos apoyados en la ‘e’, conseguí decirle que tenía mucha prisa pero que si quería podíamos quedar otro día. Intercambiamos teléfonos. Le
di uno falso. Cambié el último número. No tenía ganas
de volver a verme. De constatarme otra. Pero no hace
mucho, tropecé con ella. Hacía de mimo en el parque de
la Ciutadella. Nunca me han gustado los mimos. Intenté
evitarla, pero hice tarde, ya me había visto.
Nunca se me hubiera
ocurrido pensar que el
amor estaba a una sola
cifra de distancia
–No estaba bien el teléfono que me diste, era de una
chica que se llama Eva.
COLUMNA
Texto: Laura Freijo Justo
Me excusé. Fingí haberme equivocado.
–No te preocupes, es maravilloso. Resulta que nos conocíamos del colegio. Ahora estamos juntas. Gracias
a ti he encontrado el amor.
Me la quedé mirando sin decir nada. Observé cada
detalle, como me he observado a veces mientras me
desmaquillo. El parecido es tan extraordinario que ni
mis propios padres podrían haberla engendrado.
–Me alegro mucho por ti – mentí de nuevo.
Esta vez no volvió a insistir en vernos. Nos despedimos.
Al llegar a casa caí en el sofá abatida. Nunca se me
hubiera ocurrido pensar que el amor estaba a una sola
cifra de distancia. Y menos aún, que lo disfrutaría yo
siendo otra que soy yo.
MagLes #16 - sep/oct.14
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