Literatura BDSM El Límite del Placer ( Eve Berlín ) | Page 8
eran exuberantes —una excepción en su rostro de rasgos tan masculinos— y los
rodeaba una perilla negra bien recortada que le hacía parecer algo malvado. A ella
le gustaba ese aspecto malicioso. Notó cómo le subía una oleada de calor por el
vientre, como si fuera fuego líquido.
Él se le estaba acercando y a ella le temblaban las rodillas.
Se acercó más y más hasta que llegó al otro lado del Audi sedán blanco.
—Me da la impresión de que eres la mujer a la que vengo a ver.
Era una voz grave y profunda pero sorprendentemente melosa. Muy sexual.
No pudo hacer otra cosa que asentir.
Él esbozó una sonrisa al percatarse de su prologado silencio.
—¿Dylan Ivory? ¿Escritora de novelas eróticas?
—Sí…
¿Pero qué le pasaba? ¿No podía formar una frase coherente?
—Soy Alec. ¿Entramos?
—¿Qué? Ah, sí, claro.
Cerró la puerta del coche y pulsó el botón de bloqueo. Trató de pasar por
alto ese calor que la invadía por dentro. De repente, el abrigo de lana se le antojó
demasiado pesado, a pesar de la humedad habitual de Seattle en otoño. Era
demasiado consciente del hombre que andaba a su lado mientras se aproximaban a
la entrada del museo, de estilo art decó, flanqueada por sendos camellos de piedra.
Siempre le había gustado este edificio, así como las exposiciones que albergaba.
Cuando Alec le sugirió que se encontraran en la cafetería del museo, se quedó
gratamente sorprendida. Sentía debilidad por el arte, sobre todo por el asiático, y
había visitado aquella colección en incontables ocasiones.
Subieron por las escalinatas de piedra y Alec apoyó la mano en la parte baja
de su espalda. Le recorrió un escalofrío. Le miró y lo sorprendió con una sonrisa en
los labios. Pero ambos permanecieron callados mientras cruzaban la entrada y sus
pasos resonaban en el suelo de mármol. Luego subieron los escasos escalones que
les separaban del Taste Café, que estaba en el patio central del museo.
Se abrieron paso por la cafetería y Alec le señaló una de las mesitas que
había bajo el techo abovedado del atrio. Las estatuas de Buda, Vishnu y Kali
rodeaban el patio. Dylan habría jurado que alcanzaba a oler el antiguo aliento de
piedra bajo el aroma del café y el té que perfumaba el aire. Una luz difusa se
filtraba por el cristal esmerilado de las ventanas del atrio, acentuada por los