Literatura BDSM El Límite del Placer ( Eve Berlín ) | Page 66
Dio un paso atrás y eso le hizo sonreír. No pudo evitarlo.
—Vamos, Dylan. ¿No pensarías jugar vestida?
El rostro de ella no registró sorpresa alguna. Solo fue la impresión de darse
cuenta de que le estaba pasando de verdad. Se quedó callada durante un rato y
luego, sin mediar palabra, se quitó la camisa por la cabeza. Siguió mirándole pero
sus ojos ya no eran de su frío color gris habitual. Se estaba fraguando una tormenta
a pesar del silencio, de la firmeza de su boca y del aire tozudo que tenía por la
postura de los hombros. Sin embargo, eso formaba parte de su proceso. Ya se lo
esperaba de una mujer que tenía esa tendencia a controlar. Y eso la hacía más
atractiva a sus ojos: por la batalla que sabía que se estaba librando en su interior.
Por haber accedido a hacerlo.
Alec se cruzó de brazos y esperó mientras ella se desabrochaba la falda y la
dejaba caer al suelo. Tampoco le dijo nada cuando le dio toda la ropa que se
quitaba. Estaba demasiado ocupado mirándola con ese conjunto de sujetador y
braguita transparentes; absorto por lo largas que eran sus piernas con los tacones
altos. Por esa elegante ramita con flores de ciruelo tatuada en la parte derecha de
su cadera. El diseño era delicado y sinuoso, como ella. Las flores eran blancas y
tenían el borde difuminado en rosa. Una imagen muy inocente en un cuerpo en el
que quería hacer cosas muy sucias.
«Está increíblemente buena.»
Ella levantó un poco la barbilla en señal de desafío y él apretó la ropa que
tenía entre las manos. Olían como ella; a pura mujer. Sin dejar de mirarla, se acercó
el top a la cara e inhaló con fuerza. Al ver que ella se ruborizaba, sonrió.
Esta mujer no tenía ni idea de lo receptiva que era. Pero él se lo vio y supo
que eso sería bueno.
—Dylan —le dijo en voz baja—, quédate aquí mismo. No te muevas.
Colgó su ropa en una hilera de ganchos que había en la pared y se arrodilló
para abrir el bolsón con los juguetes. No obstante, no tenía pensado utilizar
ninguno aún. Era su primera vez en el club y cualquier persona que quisiera
introducirse en el BDSM tenía que hacerlo poco a poco. La lentitud dependía de
cada uno y la verdad era que con Dylan las cosas estaban yendo bastante deprisa.
Pero no le importaba verla retorcerse con cada objeto que sacaba y colocaba encima
de una mesa baja de madera junto a la silla: un azotador ancho de piel hecho de
dos piezas planas de cuero, una paleta de madera, una fusta corta, un látigo
enrollado de dos metros de largo de color negro y blanco, un guante con pequeños
pinchos y una vara de metacrilato. Eran sus piezas de aire más malévolo.