Literatura BDSM El Límite del Placer ( Eve Berlín ) | Page 32
liberaban las endorfinas en el cuerpo en respuesta al dolor o a la estimulación
sexual, pero no tenía tan clara la parte mental y emocional del proceso.
¿Por qué respondía la gente a ciertas cosas y no a otras? Había leído muchas
veces que algunos sumisos podían empezar su descenso al subespacio cuando les
ataban y les daban órdenes. A veces, incluso, bastaba con oír una voz dominante.
El tono suave y suntuoso de la voz de Alec vagaba por su mente y le hacía
cosquillas en la piel como una leve corriente eléctrica. Como si pudiera sentir la
sutil vibración del sonido. Juntó los muslos al notar un repentino dolor en la zona.
De acuerdo. Entendía esa parte.
Volvió a hojear el libro y su mirada se posó en la fotografía de una mujer
atada con una cuerda en una especie de arnés muy complicado. Pero no eran las
cuerdas lo que le llamaba la atención ni la suave piel de la mujer, arrodillada y
desnuda salvo por la cuerda. Era la mano de un hombre en algún lugar fuera del
encuadre y la manera en que le acariciaba la cara. El gesto inspiraba cierta ternura.
Le encantaba el contraste, la implicación de que la mano de este hombre pertenecía
a quien la había atado, y ahora tenía un control total sobre ella.
Sintió una oleada de deseo.
Una pequeña parte de ella quería ser esa mujer. Si el hombre fuera Alec
Walker.
Cerró el libro bruscamente y se incorporó de un brinco.
¡Qué ridiculez! Era una mujer fuerte. Independiente. Aunque sintiera un
mínimo deseo de hacer de sumisa para Alec, solo era por recibir esa estimulación.
Permanecer inmóvil y dejarse hacer todas esas cosas.
Gimió. Ese pensamiento no la ayudaba en absoluto.
Sonó el teléfono y lo cogió al vuelo, aliviada por tener un motivo para
desviarse de sus pensamientos.
—¿Diga?
—Hola, soy Mischa.
—Hola, Mischa.
Mischa Kennon, tatuadora que también escribía relatos eróticos de ficción,
era una de sus mejores amigas. Se habían conocido hacía unos años cuando Dylan
fue a una conferencia de escritores en San Francisco. Cuando Dylan regresó a San
Francisco unos meses más tarde para que ella la tatuara, pasaron algún tiempo
juntas y se hicieron amigas. Ahora, a pesar de los muchos kilómetros que las