Literatura BDSM El Límite del Placer ( Eve Berlín ) | Page 210

correrlas. Había estado observando el cielo, cómo pasaba del negro profundo de la medianoche a la niebla iridiscente de la mañana pasando por el gris pálido del mediodía. Pero siempre, el cielo mostraba tonos oscuros, tal y como ella se sentía por dentro. Oscura y parcialmente aturdida, cuando no dormía o lloraba como un bebé. Los peores momentos eran aquellos en que los sollozos brotaban de ella, retorciéndola, hiriéndole la garganta, hasta que tenía que concentrarse para resistirlo físicamente. Nunca permitía que aquello durara demasiado. Le avergonzaba demasiado. Estaba asqueada por su propia debilidad. Era demasiado… evidente. Demasiado literal. Demasiado feo. Pero no paraba de suceder, una y otra vez, como si nunca tuviera suficiente. No parecía capaz de vaciar la pena. Pensaba en él continuamente. En sus manos fuertes, su rostro precioso y masculino. Sus hombros increíblemente anchos. El contraste entre su rudeza y su suavidad con ella. Su risa, siempre tocada por un punto de maldad. Su aroma. Juraba que aún podía percibir su olor en todo el piso. En su piel. Como algo que hubiera arraigado completamente en su cama, sus paredes, su cuerpo, como algo que nunca se iría. Quizá creía que era cierto. Quizá se estaba volviendo loca de verdad. Casi deseaba que así fuera. Quizás, entonces, no estaría deshecha por el dolor en todo momento, con el pecho retorcido por un nudo frío y duro que parecía que jamás desaparecía. Dormir no era mucho mejor. Soñaba constantemente con él. Sueños eróticos en los que Alec la tocaba, la besaba, la azotaba. Sueños terribles en los que discutían o él la sostenía y le gritaba que era una estúpida y que iba a dejarle. O lo más terrible, los sueños en los que alguna persona sin rostro venía a decirle que él estaba muerto, en los que ella veía su cuerpo pálido e inmóvil, tal y como había visto el de su hermano. No sabía qué era peor: despertarse deseándole o llorar porque se había ido. Fuera como fuese, se sentía completamente a la deriva. Perdida. Abandonada, aunque ella había sido la que se había ido. Tarde o temprano, habría ocurrido. De algún modo, él la habría dejado. Y ella no podía soportarlo. Era mejor olvidarlo. Llorar por él y olvidarlo, porque cuanto más tiempo pasaba con él, más le amaría, y más le dolería. Había descolgado el teléfono una docena de veces para llamarle y lo había