Literatura BDSM El Límite del Placer ( Eve Berlín ) | Page 20

Dio buena cuenta del whisky y se deleitó con la quemazón del alcohol mientras le bajaba por la garganta. Pero nada parecía aliviarle. Volvió a llenarse la copa y se acercó a la ventana panorámica que daba a la ciudad, que se expandía ante sus ojos. Seattle estaba gris, como siempre, aunque había claros en el cielo vespertino y alcanzaba a ver la silueta lejana de Bainbridge Island, más allá del estrecho de Puget. Le dio un sorbo al whisky, pensando en las vistas. Pensando en Dylan, joder. Había algo en la manera en que se contenía y se controlaba con tanto afán. Sabía lo que pasaba cuando una mujer como ella se soltaba. O la obligaban a soltarse. Bueno, él nunca forzaría a una mujer. Vivía por un credo sano, cuerdo y consensuado, como la mayoría de las personas que se movían por su círculo de clubes y grupos de BDSM. Sin embargo, eso no cambiaba que, de poder llevar a Dylan al subespacio, si lograba que se abriese, que se soltara, ella se viniera abajo. Se deshilacharía como un jersey. No «si» lo lograba, «cuando» lo lograra. ¿Dónde estaba su confianza hoy? Quizá se debía a que la deseaba con muchas ganas. Demasiadas. Estaba medio excitado solo con pensar en ella y recordar esas sutiles pecas que moteaban sus mejillas en una piel digna de la porcelana más exquisita. Esos ojos grises, como dos trozos de cuarzo ahumado. En esos ojos brillantes e intensos se transparentaba también su inteligencia. Y esos labios carnosos y carmesí eran como el mismo sexo. Era de constitución delgada pero atlética, sin demasiadas curvas, como a él le gustaba. Apreciaba la delicadeza de su clavícula, las muñecas, las manos. Tenía los pechos pequeños, que adivinaba firmes y tersos aun debajo del suave jersey. En una mujer no necesitaba pechos muy grandes. Nunca le habían importado. Pero su trasero firme era algo digno de admirar. «Y de tocar… azotar…» Apuró lo que le quedaba de whisky, dejó la copa sobre la mesa junto a los ventanales y se dejó caer en el mullido sofá de cuero marrón. Era demasiado lista por su propio bien. Y quizá también por el suyo. No habían hablado durante mucho rato pero le bastaba para saber que estaba en un buen apuro si no conseguía mantener la calma con esta mujer.