Literatura BDSM El Límite del Placer ( Eve Berlín ) | Page 191
y, cuando inclinó la cabeza y la saboreó, ella jadeó.
—Oh, sí…
Entonces, entró de lleno y empezó a trabajar con su lengua, sus labios, sus
dedos. Le lamió el clítoris endurecido, se lo chupó cada vez más fuerte. Con los
dedos, le masajeó los labios de su sexo, entonces, los introdujo, curvándolos para
que alcanzaran su punto G.
—Dios, Alec, ¡me voy a correr!
Continuó con ello, con el placer encendiéndole el cuerpo como si fuera
fuego, las paredes de su sexo empezando a cerrarse. Y Alec tenía su cabeza sedosa
entre sus muslos, su pelo oscuro y rizado acariciándole la piel, añadiendo
intensidad a las sensaciones.
Alec le lamió más fuerte el clítoris, introdujo más los dedos. Brillaban luces
tras sus ojos cerrados. Su cuerpo se arqueó encima de la mesa, con el calor
atravesándola, recorriendo su cuerpo con una oleada tras otra.
Apenas se había calmado, con el sexo aún cerrándose, cuando él se
desabrochó los pantalones para sacar un preservativo del bolsillo y enfundárselo
en su polla erecta. Enroscó las piernas en torno a su cintura y él levantó los brazos
por encima de la cabeza de ella, aguantándole las muñecas dentro de su mano
grande antes de meterse en su interior, con solo la punta hinchada de la polla justo
en la entrada. Fantástico. Martirizante.
—Estás tan mojada, nena. Tan mojada para mí. Solo necesito follarte. Solo…
follarte, mi chica.
Él aceleró el movimiento de sus caderas y, de pronto, la polla de Alec entró
hasta el fondo y ella gritó. Entonces, fue pura furia animal: ambos cuerpos unidos
en el calor, la necesidad y la urgencia cuando él empezó a moverse. Y era como si
ella todavía se corriera en pequeñas ráfagas de sensación, con el sexo cerrándose
sobre su polla rígida moviéndose en su interior.
Él se movió más deprisa, entrando cada vez más. Empujaba más fuerte, con
las caderas chocando contra las de ella y la dura mesa bajo su cuerpo aplastando su
columna. No le importaba. Todo eso le encantaba: el placer, sus muñecas agarradas
dentro de las de él, la sensación de ser invadida.
—Vamos, Alec. Por favor.
—Me estoy corriendo… Nena….
Con la cara contraída por el éxtasis, se corrió, estremeciéndose, entrando a
fondo en ella. Sin dejar de gruñir, volvió a empujar, y otra vez.