Literatura BDSM El Límite del Placer ( Eve Berlín ) | Page 19
Dos
Alec cerró con llave la puerta lateral del garaje y subió pisando fuerte las
escaleras que daban acceso a su casa gris de estilo Craftsman en Beacon Hill.
Introdujo la llave en la cerradura de la gruesa puerta de madera, la empujó con la
bota y dejó que se cerrara demasiado bruscamente al entrar. Se quitó la chaqueta
de piel, la colgó en el perchero, que cayó por el peso y tuvo que recoger con una
palabrota en voz baja.
¿Por qué diantre estaba tan inquieto?
Ni que existiera la posibilidad de perder el trato con Dylan Ivory. Veía las
tendencias de sumisión en una mujer de lejos y él había estado sentado a su lado.
Lo suficientemente cerca para captar el olor a vainilla que despedía su salvaje
melena pelirroja, mezclado con algo más. Algo que olía a picante y a sexo puro.
Arrastró los pies por el parqué haciendo ruido hasta que llegó a la alfombra
persa, donde los pasos quedaron amortiguados por un momento y luego volvieron
a resonar sobre la madera al otro extremo de la habitación. Cogió una copa de una
cómoda antigua y se echó dos dedos de whisky.
Dylan sería todo un reto; de eso se dio cuenta al instante. Pero le gustaban
los desafíos; no era eso lo que le tenía tan nervioso. No, era el hecho de que tenía
que poseerla. Debía tenerla de tal modo que le quemara la piel de solo tocar algo
más que no fuera su mano. De eso no había duda.
Tenía que poner las manos en su piel desnuda. Tenía que atarla, sentir cómo
se relajaban sus músculos mientras se entregaba a él… Tenía que…
Eso no le gustaba nada. No le gustaba notarse tan compelido por el deseo
que sentía por ella.
¿Cuándo fue la última vez que le sucedió algo parecido? ¿Le había pasado
alguna vez?
Él no era de la clase de hombres que necesitan a nadie. O nada. Su padre le
había enseñado bien. La independencia era la clave. El conocimiento y las
experiencias eran cosas importantes. Y eran también el motivo por el cual se había
pasado gran parte de su vida adulta buscando las respuestas leyendo y viajando
por el mundo. No obstante, aún no había encontrado nada concluyente.
Pero tampoco necesitaba pensar en su padre ahora. Ese era un dolor que no
se iba nunca. Después de todos estos años, había remitido un poco, pero seguía
presente como una herida que no cicatrizaba.