Literatura BDSM El Límite del Placer ( Eve Berlín ) | Page 187
Catorce
Había conseguido no pensar durante tres semanas. Tras la noche con Alec
en la ducha, había realizado un nuevo pacto con ella misma: puesto que no podía
hacer nada respecto a sus sentimientos, se limitaría a aceptarlos. No tenía por qué
cambiar nada. Los sentimientos, simplemente, existían. Podía elegir qué hacer al
respecto… o no.
Había habido más noches en la ducha. Y días. Se había convertido en uno de
sus lugares preferidos para tener sexo. Y a Dylan le encantaba la crudeza de las
azotainas en su piel mojada, el ruido resonando en las paredes de baldosas de la
ducha, el que hacía él y el que hacía ella.
Alec se había medio instalado en su casa, dejando un cepillo de dientes
aquí, una camiseta de repuesto allí. Tampoco era que significara nada.
Sencillamente, era práctico. Su casa estaba mucho más cerca del Pleasure Dome
que la de Alec; se encontraba al final de la calle. Y el ordenador portátil de Alec en
un rincón del comedor era otra cuestión práctica, nada más.
Fuera como fuese, a ella le gustaba sentarse a escribir juntos por la tarde,
con Alec en la mesa de cristal del comedor y ella trabajando en el escritorio del
despacho de su piso, a pocos metros. Le hacía sentirse acompañada. Y, si alguno de
los dos necesitaba alguna idea para un punto de la trama, el otro estaba justo ahí.
Lógicamente, a menudo todo ello llevaba al sexo. Pero, como era una autora de
novela erótica, Dylan lo consideraba una especie de inspiración. Su libro empezaba
a cuajar, con la trama y las dinámicas de los personajes fluyendo, gracias, en gran
parte, a Alec. Siempre era un buen signo que el texto funcionara.
Mischa había vuelto a llamar y había preguntado cómo iba todo. Dylan no
le había explicado la mayoría de las cosas. No estaba segura del motivo. Quizá
solamente quería que todo lo que ocurría quedara entre ellos. En privado. O quizá
tenía miedo de que, si hablaba de ello, se convertiría en algo demasiado real que
arruinaría su capacidad para negar lo que significaba para ellos. Para ella. Y ella
prefería que esos pensamientos no alcanzaran su plena consciencia. Era una
especie rara de autonegación, pero le permitía lidiar con todo aquello. Le
proporcionaba el pequeño distanciamiento que necesitaba para conservar su
equilibrio. El control.
Ella no había dejado nada suyo en casa de él, por mucho tiempo que
hubiera pasado allí.
Ese era uno de los pocos días en los que estaba sola en casa durante un rato,