Literatura BDSM El Límite del Placer ( Eve Berlín ) | Page 184
La ventana alta y arqueada empotrada en una pared de la ducha filtraba la
luz de las calles, debajo una nube ambarina procedente de la luz de las farolas.
También había una luz rosada y azulada de los carteles de neón de los escaparates
de las tiendas, que proyectaban sombras de colores en el techo, encima de las
paredes de la ducha. La luz, el agua y el enorme cuerpo de Alec junto al suyo le
hacían sentirse arropada, como si el resto del mundo ya no existiera. Como si solo
fueran ellos dos, en ese preciso instante.
Él la sostuvo así durante largo rato. Y entonces, le empezó a acariciar la piel,
con movimientos largos y suaves de sus manos sobre la espalda de ella, sus
costados, sus nalgas. Y, finalmente, empezó a propinarle una serie de pequeños
manotazos. Sus manos parecían mucho más fuertes encima de su piel mojada, y el
dolor empezó enseguida. También lo hizo el placer y su cuerpo se adaptó
enseguida a las sensaciones. Y era fantástico tener los pezones endurecidos contra
el pecho de él, su polla instalada entre sus muslos, cada vez más dura. Ella se abrió
para él y su polla se escabulló entre los labios de su coño, deslizándose entre sus
flujos sin penetrarla.
—Oh, Dios. Alec, por favor.
—Sí, necesitas correrte, ¿verdad, nena? Venga, pues. Siéntate aquí.
Él cambió de posición y la dejó en el extremo del banco de baldosas
empotrado en la pared que tenía detrás.
—Ábrete para mí. Ah, eso es. ¡Magnífico!
Ella separó más los muslos, miró mientras él descolgaba el masajeador
manual de la ducha del gancho en la pared de baldosas y lo apuntaba hacia su sexo
expuesto.
—Oh…
Él lo sostuvo contra su clítoris, lo bajó hasta su sexo y entonces, volvió atrás,
excitándola. Dylan empezó a jadear, anhelante.
—¿Te gusta, mi chica?
—Sí… Me gusta.
—Pero quieres más, ¿verdad?
No le respondió. No podía.
Cuando él se arrodilló entre los muslos de ella, Dylan contuvo la
respiración. Y cuando él se inclinó, lamiéndole el sexo dolorido, ella gimió muy
fuerte. El placer creció en su cuerpo como una marea de calor y anhelo. Y él la
lamía, con la lengua subiendo y bajando por encima de su sexo y empujando hacia