Literatura BDSM El Límite del Placer ( Eve Berlín ) | Page 172
motivo era Alec.
«Alec.»
Se volvió para mirarle. Tenía la cara enterrada en una de las grandes
almohadas, pero podía ver su barba oscura de pocos días asomando por la mejilla
y el cuello. Llevaba el pelo alborotado, con esos rizos negros teñidos de azul por la
luz. Se le veía tan sereno. Jamás le había visto así. Pero, incluso en ese momento,
irradiaba poder, quizá, simplemente, por su tamaño. Y a ella, eso le encantaba —de
un modo realmente infantil—, el hecho de que la empequeñeciera, de que la hiciera
sentir pequeña y femenina. Frágil como si la pudiera aplastar si quisiera.
Dios, ¿de verdad estaba pensando todo aquello? ¿Qué había ocurrido con la
mujer independiente que se había jactado de ser durante toda su vida adulta?
Mierda, desde que tenía diez años y su madre había perdido la cabeza, dejando
que Dylan se ocupara de su pequeña familia, ella siempre había sido la que lo
controlaba todo, la que se ocupaba de todo. Así era su vida. Así era ella. Y ahora
ese hombre hacía que se lo cuestionara todo.
La respiración se le quedó atrapada en la garganta, con un sollozo
intentando escapar. Se mordió el labio y reprimió el llanto.
«Cálmate. Todo va bien.»
Cerró la mano alrededor de la punta del edredón de color rojo vino y se
obligó a respirar con normalidad.
Eso ya estaba mejor.
Se estaba comportando de forma irracional. Solo era la intensidad de la
noche que había pasado con él, eso era todo. Se conocían desde hacía solo dos
semanas. ¿Qué sabía realmente acerca de él?
Mirando su dormitorio, podía deducir que era limpio. Que le encantaban
los muebles pesados de madera, las antigüedades, lo que parecía indicar una cierta
llaneza de carácter. Que era un hombre básicamente práctico, a pesar de su nivel
de sofisticación sexual, y que era un hombre muy leído. Los libros apilados en la
estantería de la mesita de noche al lado de la cama le permitían suponer que le
gustaba leer clásicos, ciencia ficción, novelas de suspense como los que él escribía.
Ya sabía que le encantaba viajar pero, al lado de los libros, vio un montón de
revistas de viajes: Travel + Leisure, Condé Nast Traveler.
Encima del tocador alto de madera había fotos enmarcadas: Alec y varios
hombres en la cima de una montaña. Alec y algunos del mismo grupo, de nuevo,
con trajes de buzo en una barca flotando sobre aguas tropicales turquesas. Alec y
algunos de aquellos hombres sentados en motos grandes y relucientes, en una