Literatura BDSM El Límite del Placer ( Eve Berlín ) | Page 14

problemas de control. —Es exactamente por eso que tienes que ser bottom. Necesitas soltarte. Necesitas seguridad a la hora de ceder el control a otra persona para hacer eso. Se estaba empezando a enfadar, aunque intentaba no perder los papeles. —Eres muy arrogante. —Sí, lo soy. Pero también tengo razón. Siempre tengo razón en estas cosas. Tienes problemas con el control; lo veo en tu actitud. Lo veo en la rabia que irradian tus ojos. En cómo aprietas la mandíbula. Tal vez podrías conseguir «cambiar» de vez en cuando y dominar a un hombre. O a una mujer. Pero no te llegaría tan profundamente como la sumisión. No te proporcionaría lo que necesitas de verdad. Ella sacudió la cabeza mientras apretaba los dientes con fuerza. Él volvió a inclinarse hacia delante y volvió a cogerle la mano. Era enorme y envolvía la suya con fuerza y calor. —Dylan, déjame que te proponga una cosa. Haz de bottom para mí. Ella trató de apartar la mano pero él la tenía bien sujeta. La miraba con dureza; sus ojos eran de un azul brillante, increíblemente convincentes. —Pruébalo —prosiguió él—. A ver cómo respondes. Si resulta que yo tenía razón, habrás aprendido algo de ti misma y habrás hecho una investigación única y muy personal. Y si me equivoco, habrás investigado de todos modos. —Pero también puedo investigar como dominante. —No, no puedes. Es extremadamente difícil que una bottom le enseñe a un top sin experiencia. Cuando las endorfinas empiezan a bombear por el cuerpo de un sumiso, cuando ya están en el subespacio, ese espacio en la mente donde todo se silencia y lo único que se puede notar y ver es la interacción entre dominante y sumiso, las sensaciones y los olores, ya no están lo bastante presentes para enseñarte. No puedes aprender tanto de esa manera. Pero sí puedes aprender de mí. Se me da muy bien lo que hago. —Movió la mano que tenía libre—. Lo sé, vuelvo a parecer arrogante. Pero me da igual. Lo que importa aquí es la verdad. —Quizá. Quizá fuera verdad que esa era la mejor manera de aprender. Quizá no tenía nada que ver con el calor que sentía al tener a Alec sentado tan cerca de ella cogiéndole la mano. Si hasta se notaba húmeda, por el amor de Dios. Pero esto no