Literatura BDSM El Límite del Placer ( Eve Berlín ) | Page 123
La rubia se arrodilló de inmediato; a la morena le costó un poco más. A los
pocos minutos ya había negociado con ellas una noche de juegos en una de las
salas privadas de la tercera planta.
Las condujo escaleras arriba; sus tacones repiqueteaban en los escalones de
madera y luego quedaron amortiguados por la moqueta del pasillo. Encontró una
cortina abierta y las hizo pasar. Dentro había una mesa acolchada con sujeciones de
muñeca y tobillo, un par de cadenas suspendidas del techo y un banco para los
azotes.
—Arrodillaos —les dijo, y ambas obedecieron.
Tardó un buen rato en sacar las cosas de la bolsa. Dejó encima de la mesa los
látigos; una especie de molinillo dentado; el guante para azotar; la paleta y la vara.
Y todo el rato notaba un golpeteo sordo en el pecho.
¿Por qué se sentía como si no pudiera respirar?
Se dio la vuelta para mirarlas. Las dos eran buenas sumisas. Estaban
arrodilladas en el suelo, con la cabeza agachada, las piernas algo separadas y las
palmas hacia arriba apoyadas en las rodillas. Alguien las había entrenado bien.
Seguramente jugarían de perlas. Eran muy guapas, sobre todo juntas, por el
contraste de colores…
Pero no podía hacerlo. Apretó los puños. ¿Qué diantre le pasaba?
Suspiró y se pasó la mano por el pelo mojado. Esto era cada vez más
ridículo.
Se acercó a ellas y observó cómo respiraban; notaba la tensión en el aire, sus
ganas, y esperaba poder animarse. Pero nada, no había manera. Cuánto más
tiempo estaba ahí plantado, más nervioso se ponía. Tenía que terminar con eso.
Tenía que irse.
«Vete a casa.»
«No, ve a buscarla.»
«Dylan.»
«Joder.»
—Lo siento —les dijo en un murmullo áspero y algo arisco.
—¿Señor? —dijo la rubia susurrando como si no quisiera molestarle.
—Lo siento —dijo con un poco más de suavidad—. Soy incapaz de… Hoy
no voy a jugar.
—¿No le gustamos, señor?