Literatura BDSM El Límite del Placer ( Eve Berlín ) | Page 107

—Eres muy buena, Dylan. Eres tan hermosa. Quiero ver cómo te corres ahora… por mí. Él le introdujo los dedos con fuerza mientras seguía frotándole el clítoris con el pulgar, en movimientos circulares. Y al mismo tiempo le pellizcó en la cara interior del muslo para que el dolor guiara el clímax. Entonces llegó al orgasmo y miles de estrellas estallaron en su cabeza, lanzándola al espacio. Jadeó para coger algo de aire; tenía un nudo en la garganta. —Ah… ¡Joder, Alec! Ella levantó las caderas; el placer seguía embargándola y deslumbrándola. Cayó en la cama, cegada y entre temblores. Él la acompañó: subió a la cama y la colocó en su regazo. Le dio la vuelta y mientras las últimas oleadas del clímax la sacudían, empezó a azotarla. Su mano era como fuego en la piel que la abrasaba con cada azote. Pero también sentía placer y de repente se vio levantándose al encuentro de su mano. Oía el eco del contacto de la piel sobre la piel como si proviniera de algún sitio más lejano. Oía el sonido de su respiración entrecortada. Era como si solamente existiera eso; bueno, eso y el bulto de su pene erecto a través de sus vaqueros que notaba en el vientre. Y el olor a hombre. Él la azotó más duro y más rápido. Con el otro brazo le rodeó la cintura para sujetarla con firmeza; para mantenerla a salvo. El dolor era placer en sí mismo, ya no había línea divisoria. Casi sentía que podía volver a correrse, solo con eso. —Buena chica. Lo resistes bien. No sabía por qué le alegraba tanto oírle decir esas cosas. Apenas podía pensar en nada. Estaba en blanco. Quería que le hiciera el amor. Necesitaba que lo hiciera. Oyó algo más mientras el deseo volvía a despertarse, aumentando en cuestión de segundos, y se dio cuenta de que eran sus propios gemidos entrecortados que resonaban en sus oídos. Sin embargo, ya no podía parar. No quería parar. —Dylan, te correrás otra vez. —Oh… —Para mí. —Sí. Para ti. Él le soltó la cintura y le pasó la mano por el vientre y entre los muslos para