Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 96

Se mordió el labio y fue a coger el teléfono otra vez, aunque para llamar a Lucie. —Luscious. —Lucie, soy yo. —Ah, Kara, hola. ¿Qué es de tu vida? He pensado varias veces en llamarte pero he estado liadísima con las reformas de la cocina. Casi hemos terminado pero esto es una locura. —Yo también quería llamarte, Lucie. Siento haber estado tan… abstraída. —Mhhh, ¿por qué me da a mí que no hablas de trabajo? —No hablo de trabajo, no. He estado quedando con Dante. Sé que dije que no lo haría pero he pasado mucho tiempo con él y la cosa me confunde un poco ahora. ¿Puedes quedar para comer? —preguntó Kara—. Necesito hablar con alguien. —¿Pero las cosas os van bien? —Sí y no. Es que hoy me lo cuestiono todo y me estoy volviendo loca. ¿Tienes tiempo para quedar? —Hoy vienen a verme unos contratistas para terminar un proyecto y tengo que estar aquí —contestó Lucie—. ¿Puedes venir tú? Compraré unos bocadillos o algo así. —Eso sería estupendo. ¿Va bien a la una? —Perfecto. Entonces, nos vemos luego. —Gracias, Lucie. Kara colgó el teléfono. No tenía del todo claro cómo abordar el tema y contarle las cosas que Dante y ella habían estado haciendo juntos. Y las cosas que tenían previsto hacer. Tampoco sabía cómo explicar sus sentimientos. ¡Si ni siquiera podía explicárselos ella misma! Pero esperaba que, al poner toda la información en la mesa, Lucie pudiera ayudarla a averiguar qué podía hacer y qué sentir. Cómo armarse de valor de nuevo y volver a ser la de siempre. «Quizá la de siempre sea demasiado obtusa. Tal vez esta sea más sana.» Entonces, ¿por qué no se sentía mejor? Se le antojaba todo terrible y le daba miedo. Le echó un vistazo al reloj. Parecía que últimamente lo hacía muy a menudo, medía mucho el tiempo. Quedaban cuatro horas para ver a Lucie. Suspiró y tomó la determinación de centrarse y trabajar. Ya tendría tiempo para cavilar más tarde. A la una menos veinte se levantó de la mesa tras haber conseguido trabajar muy poco. Se puso el abrigo y el gorro, cogió el bolso y puso rumbo a la nueva cocina de Lucie donde había montado el catering. No estaba muy lejos pero tuvo que abrirse paso entre el tráfico del centro de la ciudad. Al final consiguió aparcar en la calle que había enfrente del almacén reconvertido de ladrillo a la vista que su amiga había alquilado hacía poco. Había un cartel colgado en la puerta de metal con la palabra «Luscious» en rosa oscuro, delineada en negro y dorado, y diseñada de forma que parecía escrita a mano. Salió del coche corriendo para no mojarse por la lluvia, abrió la pesada puerta y entró.