Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 9
Uno
Nada explicaba que Kara siguiera pensando en que la azotaran en la fiesta de
inauguración de la casa de su mejor amiga Lucie o en la entrada de su diario que había
escrito la noche anterior. Pero, claro, había bebido demasiado vino porque seguía
compadeciéndose de sí misma, aunque habían pasado ya casi seis meses desde que
rompiera con Jake. Se sirvió otra copa de vino y justo le estaba dando un sorbo cuando
lo vio al otro extremo de la habitación llena de gente.
Dante de Matteo.
No le había visto desde la última semana del penúltimo curso del instituto. Fue poco
después de que Dante le propinara un puñetazo al canalla de su novio de entonces,
quien terminó en el suelo. Brady se lo tenía bien merecido. Descubrió que le había
puesto los cuernos y cuando se lo echó en cara, él pilló un buen cabreo, empezó a
gritarle y le agarró el brazo con fuerza hasta que le salió un moratón. Y si ya antes de
eso estaba coladita por Dante, que acudiera en su rescate como un caballero de
brillante armadura lo había acabado de confirmar.
Se acordó de la cara de Dante cuando Brady gimoteaba tendido en el suelo. Dos
profesores acudieron corriendo y le sujetaron, tal vez por miedo a que volviera a
pegarle. Recordó su oscura mirada y sus ojos ensombrecidos, feroces, que, no
obstante, se mostraron vulnerables cuando la miró a ella, algo que la sorprendió. Ella
quería decirle algo, quería darle las gracias y preguntarle por qué lo había hecho, pero
en aquella época era demasiado joven y no supo afrontar la situación.
Expulsaron a Dante y poco después entró en la universidad y ya no volvió a verle
más.
Habían pasado más de doce años, pero le reconocería en cualquier lugar. Seguía
siendo apuesto, con su espalda ancha y sus músculos, aunque estaba más estilizado. Se
había cortado el cabello castaño oscuro que solía taparle la cara y esos ojos…
Seguramente la gente diría que eran marrones pero ella recordaba el tono dorado que
irradiaban con la luz del sol.
Sintió una oleada de calor tan repentina que era como si la engulleran las llamas.
Una sobrecarga sensorial. Tuvo que apartar la mirada. Tenía que largarse de ahí.
«Paso totalmente de los hombres. ¡Paso!»
Agachó la cabeza y fue hacia la puerta trasera sujetando con fuerza la copa de vino.
No quería pensar en lo mucho que le ponía Dante en el pasado, durante sus años de
instituto. Y a juzgar por la manera en que le latía el pulso, era obvio que seguía
poniéndole.
Afuera, aquella noche de principios de enero era fría y húmeda. Sin embargo, estaba
acostumbrada al haber crecido en Mercer Island, al otro lado del puente de Seattle,
donde Lucie y Tyler, su compañero de piso, vivían ahora. Necesitaba que el frío le