Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 86
—Estaba muy enfadada —continuó explicando Kara—. Con él y conmigo misma.
Pero también estaba destrozada. Y, cuando miro atrás, creo que todo eso tuvo más que
ver con todo el asunto de mis padres, con el hecho de que siempre me habían juzgado y
no me habían considerado lo bastante buena. Eso me hizo ser como soy bajo la
apariencia externa de seguridad que construí y que me creí. No quiero parecerte una
quejica ni que me tengas pena, pero así fue como crecí, en un estado constante de
verme rechazada por ellos.
—No creo que seas quejica —le dijo él.
—Tengo veintinueve años, creo que debería haberlo superado ya. ¿Alguna vez te has
sentido así, Dante? Por favor, dime que no soy la única que tiene una historia triste.
Dante se encogió de hombros.
—Tuve muchos problemas con mi padre. Todavía los tengo. No tengo una auténtica
conexión con él. Siempre ha sido muy duro y exigente, muy perfeccionista. No perdona
ni una flaqueza. Ya sabes, mi madre jamás ha gozado de buena salud y él la juzga por
ello, creo, aunque nos lo haga pagar a mí y a mi hermano. Ese hombre sabe hacer sentir
culpables a los demás. Si no hacíamos los deberes u olvidábamos cortar el césped,
cosas normales de chicos, se metía con nosotros. Teníamos que ser responsables
porque según él habíamos decepcionando a nuestra madre. Y que Dios nos pillara
confesados si alguna vez mostrábamos una grieta en nuestra armadura. Incluso cuando
teníamos cinco o seis años, no nos permitía llorar si nos hacíamos daño. Me rompí el
brazo al caer de la bici cuando tenía diez años y me limité a apretar los dientes
mientras me estabilizaban la fractura. Todas las enfermeras me dijeron que había sido
muy valiente, pero no fue eso. No me atrevía a llorar, ni a quejarme.
Lo recordaba con suma claridad. El olor acre a productos químicos de la sala de
urgencias. La mirada de su padre. Su madre de pie, junto a su padre, mirando por
encima del hombro, con miedo a decir nada. Con miedo a consolar a su hijo. Un
escalofrío de asco le recorrió todo el cuerpo. Lo reprimió, como siempre hacía.
¿Por qué quería contarle a Kara todo aquello? No alcanzaba a saberlo. Lo único que
sabía es que confiaba en ella como jamás había confiado en nadie, salvo en su
hermano, Renzo, en mucho tiempo. Jamás había hablado de sus problemas familiares
con Alec de forma tan detallada y eso que él era su mejor amigo.
Sus ojos se habían acostumbrado a la luz tenue y vio que Kara le miraba. No había
compasión en su rostro, solo sinceridad.
—No veo a menudo a mis padres porque, para serte sincero, no los soporto —
añadió él—. Me siento mal porque mi madre está tan… apagada, como si mi padre le
hubiera chupado la sangre y la energía. Siempre lo he odiado y eso no ha hecho más
que empeorar con los años. Me jode no poderla proteger de él, pero es que ella no me
lo permitiría, ni tampoco él.
—Lo siento, Dante —dijo Kara, con voz suave.
—Mierda, no tendría que habértelo contado. No importa.