Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 82

no hablara, ni siquiera para suplicar. Cuando le soltó la cadera para apretar el botoncito duro de su clítoris, ella se desmoronó. No veía otra manera de describirlo, su sexo se cerró en torno a su lengua y empezó a agitar las caderas, por mucho que él intentara sostenerla. Kara gruñó con un ruido primitivo que salía del fondo de su garganta y, cuanto más se corría ella, más dura se le ponía a él la polla. Muy dura e igual de dolorosa. Pero Dante no quería detenerse; quería que se volviera a correr. Necesitaba que lo hiciera. Continuó así, cambiando de posición para que su lengua estuviera en su clítoris y sus dedos empujaran muy dentro, follándola tal y como había hecho con su lengua. Kara jadeaba, sin aliento, y a él le encantaba. Y, mientras le metía los dedos aún más adentro, los sacaba y los volvía a meter después, le chupó ese botón, pasando la lengua por encima una y otra vez. «Solo necesito oír cómo se vuelve a correr.» Necesitaba saborear esa oleada dulce y salada en su lengua. «Sí…» Era una necesidad imperiosa, más imperiosa que su propio deseo. Sentir cómo ella se hundía en él, subyugada. Al poco ella volvió a alcanzar el orgasmo, esta vez gritando, chillando hasta que se quedó ronca. Y fue algo increíblemente precioso. Estaba preciosa. «Tengo que poseerla. Ahora.» Dante se apartó; le miró el rostro ruborizado, los hermosos pechos, tan sonrosados como las mejillas. Estiró el brazo y le pellizcó los pezones —no pudo evitarlo— y el gruñido de ella le recorrió como un fuego descontrolado. —Quédate justo aquí, así —le ordenó mientras se levantaba para coger un preservativo de la caja que había en la mesita de noche. Dante regresó a su lado y se desnudó tan deprisa como pudo. Ella le observaba absorta en su cuerpo, fijándose en su polla mientras él se colocaba encima. Incluso la manera de mirarla destilaba sexo; era tan intensa que tuvo que parar y tocarse durante unos segundos, con los dedos subiendo y bajando por el pene. El placer era dulce e intenso, fuerte en su miembro y en el vientre. Kara abrió la boca y sacó la lengua para relamerse los labios carnosos. Y eso fue el detonante: fue demasiado para él. Dante se puso encima de ella. O quizá cayó encima; no estaba seguro. Sucedió demasiado rápido. Todo se había descontrolado cuando se metió dentro de ella. Mojado, duro y demasiado bueno para creerlo. De repente, dejó de pensar. Empujó, una y otra vez, cada vez más adentro y la sensación era como un trueno que le martilleaba por dentro y que notaba en el pene, en la barriga e incluso en la mente. Apenas oía los gritos de Kara. La suave textura de sus pechos apretados contra su pecho, la suavidad de su piel cuando clavó los dientes en la carne fresca de su