Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 80

había desencaminado lo suficiente para que le importara. Dante apenas podía recordar cómo habían llegado a su casa. Lógicamente había conducido él. Lo más seguro es que hubiera estado distraído por esa necesidad tan aguda y vibrante de que ella estuviera completamente bien. No era propio de él correr riesgos que implicaran a otra persona que no fuera él mismo. Ir en moto. Alguna de las locuras que había cometido con Alec en sus viajes juntos, como bucear entre tiburones o practicar el ala delta. Ahora mismo, no debería poner en riesgo el bienestar de Kara, pero estaba demasiado ansioso para ir con cuidado. Para tomarse un poco de tiempo para calmarse. De todos modos, no creía que lo hiciera. No hasta que la hubiera poseído, con su cuerpo desnudo y retorciéndose entre sus manos. Hasta que él la hubiera hecho correrse, una y otra vez. Hasta que él se hubiera corrido, en su cuerpo brillante y precioso. De algún modo, estaban en el ascensor de su edificio y él no podía soportar ni un segundo más sin tocarla. Ya había tardado demasiado, llevarla a casa, sacarla del coche. Todo el rato había estado más que medio empalmado. Dante la atrajo hacia sí, pasando el brazo alrededor de su cintura esbelta, deteniéndose el tiempo justo para admirar sus brillantes ojos color avellana. Eran más plateados que dorados. Brillaban de calor. Tenía la piel ardiente, las mejillas sonrosadas. Los labios rojos, hinchados, como si él ya la hubiera besado como él quería. La agarró más fuerte, inclinó la cabeza. Y apretó sus labios contra los de ella. Ah, qué dulce era. Y tenía algo salvaje, incluso. Tal vez fuera el modo como le había devuelto el beso, enroscando sus brazos alrededor del cuello para sostenerse. Algo diferente de la mujer habitualmente sumisa con la que se liaba. Pero ahora mismo no podía pensar en nadie más. Solo en Kara. En un gesto impaciente, desabrochó el cinturón de su gabardina y puso sus manos por debajo. «Tengo que quitarle la ropa de una puta vez.» El ascensor se detuvo suavemente mientras sonaba el timbre y él se apartó de ella. Menudo tormento. Cogiéndola de la mano, la condujo por el pasillo hasta la puerta; metió la llave en el cerrojo. Entonces, entraron y él encendió la luz del recibidor. Dante tuvo un destello de la primera vez que la había llevado a casa. Chupándole el sexo con ella apoyada en la puerta. El sabor a océano en sus labios. «De nuevo.» Cuando él le quitó la gabardina, ella no dijo nada. Luego, él se quitó el abrigo. Kara