Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 64
Quizá Kara era fuerte, pero él también había visto su lado sumiso. Y sabía cómo
responder a eso, aunque ella no quisiera. Ahora lo único que tenía que hacer era
esperar la hora del almuerzo, cuando la pudiera ver. Hablar con ella.
Era un poco ridículo que él hiciera semejante esfuerzo con esa mujer. Pero ese tipo
de sexo no aparecía todos los días. Caliente, primitivo y… algo fácil entre ellos.
«No lo compliques, colega.»
Se frotó la barbilla.
No tenía que ser complicado. Muy bien, trabajaban juntos. ¿Y qué?
«¿Qué ocurre cuando se ha acabado y tienes que verte todos los días?»
Pero no quería pensar en eso. No podía. En lo único que podía pensar era en ver a
Kara, en comerse a besos esa boca tozuda. Quizás allí mismo, en el restaurante
mientras tomaban sushi y té.
Ya se ocuparía del resto a medida que pasaran las cosas. De momento, todo iba
bien. Tenía un nuevo trabajo fantástico, nuevos jefes a los que parecía gustar, Kara
Crawford a pocas puertas de distancia. Y aún tenía el olor de ella impregnado en el
cuerpo, a pesar de la ducha matinal.
«Genial.»
Oh, sí, le gustaría trabajar allí. Y a Kara le gustaría que trabajara allí. Él se
encargaría de que fuera así.
Dante llegó al Nijo Sushi pocos minutos antes de la una. Estaba lo bastante lejos del
bufete para poder estar razonablemente seguro de que no les verían juntos; demasiado
cerca de la zona turística del puerto para la mayoría de los hombres de negocios.
Había quedado allí con su mejor amigo, Alec, para cenar hacía pocas semanas y le
había gustado la comida y la elegante decoración urbana.
La camarera le hizo sentarse en una mesa al fondo del salón y él pidió una tetera de
té verde al camarero. Quería un sake, pero era día laborable. No solía beber cuando
trabajaba. Ni siquiera sabía por qué se le había pasado la idea por la cabeza. Salvo
que tenía la vaga sensación de que lo necesitaba para serenarse.
«Solo es una mujer como cualquier otra.»
Eso eran tonterías. No era como nadie que hubiera conocido. Salvo la Kara que
había conocido en el instituto. Dulce, inteligente y preciosa. Esa parte de ella no había
cambiado. Ahora era toda una mujer. Más fuerte. Más experimentada. Más preciosa
que nunca.
Y él se estaba comportando como un idiota. ¿Qué diablos le pasaba?
Cuando volvió el camarero, pidió el condenado sake.
Miró el reloj. Pasaban cinco minutos de la una. Demasiado pronto para saber si
vendría.
Tamborileaba con los dedos sobre la mesa, con la mirada vagando por el salón,