Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 59

—De Dante de Matteo. Se ponía cachonda con solo mencionar su nombre. —Ay, sí, claro. Ambos estabais fuera en el porche hablando y yo salí e… ¡interrumpí algo! —La voz de Lucie sonó triunfal. —En realidad, no. No en ese momento. —Desembucha, Kara. ¿Qué ha ocurrido entre vosotros dos? Y ni siquiera intentes negar que ocurriera algo. Lo puedo oír en tu voz. —No, no lo niego. Te llamo para contártelo. El problema es que… no sé como explicarlo. —O sea, que estuvo muy bien, ¿no? —Lucie… —¿Estuvo bien o no? —insistió Lucie. Kara refunfuñó. —Sí. —Así pues, os desmadrasteis? Tampoco es tan grave. No eres virgen ni yo tampoco. No te pienso juzgar, cielo. —No es eso. —Kara tomó otro sorbo de agua del botellín, deseando que fuera café recién hecho. Cogió la taza de café con leche y la agitó, pero estaba vacía. La volvió a dejar encima del escritorio con un pequeño suspiro—. Pasamos todo el fin de semana en su casa. Y fue… alucinante. Y no digo que esté enamorada de ese tipo ni nada por el estilo, solo que el sexo fue increíble. Y habíamos planificado volvernos a ver. Y entonces, esta mañana… Oh, Dios. Kara cerró los ojos mientras se apretaba la frente dolorida con la mano. —¿Cómo? ¿Fue un gilipollas contigo? Porque me importa un carajo que todos fuéramos amigos en el instituto, estaré encantada de llamarle y pegarle una buena bronca por teléfono. —No fue un gilipollas. Me llevó a casa en coche esta mañana. Después de follar al alba. Por centésima vez. Pero luego fui al trabajo… y él estaba allí. —¿En tu bufete? ¿Te fue a ver al trabajo? —No. Simplemente, estaba… allí. Trabaja aquí, Lucie. No solo trabaja aquí, es el nuevo socio minoritario. —¿Cómo? —Lucie hacía semanas que oía a Kara quejarse de que el bufete se negaba a ascender a gente de la empresa, de modo que conocía perfectamente qué significaba ese cargo para ella—. Estás de guasa. —Ojalá. —Debe de haber sido una gran sorpresa. Y ni siquiera puedes odiarlo porque estuvo fantástico en la cama, ¿verdad? —No. —Kara suspiró—. Definitivamente, no. Pero tampoco puedo volverlo a ver. Y tenemos que hablar de ello. Esta noche, tras el trabajo, supongo. No me muero