Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 44

—No, no es verdad. Ellos son genios de verdad, mi padre y mi madre. No heredé el coeficiente de genio. Una enorme decepción para ellos. —Dejó el tenedor encima de la barra y se secó la boca con mucho cuidado. —Debió de ser un entorno complicado en el que crecer. —Ella le miró. Quería ver si la compadecía, pensó él. No lo hacía. —Lo siento. No quería meter el dedo en la llaga. —No, no pasa nada. No me importa contarlo. Tampoco es que lo haga a menudo, no es un tema del que suela hablar… Joder, no sé qué quiero decir. Dante dejó el tenedor sobre la barra. —Kara, anoche fue tu primera experiencia con el juego de dolor. A veces, eso puede abrir a una persona. Sucede con mucha frecuencia. Hoy quizá te sientas más vulnerable. Puede hacerte conectar con viejos problemas. Algunos llegan a hacerte llorar, incluso. Ella sacudió la cabeza. —Para mí no es así. No me siento mal ni asustada. Solo me siento… aliviada. Liberada. Como si me hubiera desprendido de algo. Supongo que es el proceso de abrirse del que hablabas. Me hace sentir más ligera. ¿Tiene algún sentido? —Sí, lo tiene. Me alegro de que te haga sentir bien. Porque eso significa que, seguramente, querrás volverlo a hacer. —Dante le sonrió y ella le devolvió la sonrisa. Una sonrisa preciosa—. Pero si cambias de parecer, házmelo saber. —Lo haré. Kara todavía no sabía por qué había empezado a hablar a Dante de sus padres, de su infancia. No era propio de ella. No con un tío. Y, sobre todo, no después de Jake. Abrirse con él la había asustado. Era evidente que a Dante le encantaba aquello por lo que Jake la había juzgado. Sin embargo, la cuestión emocional era diferente. Era el tipo de cosas de las que hablaría con Lucie —su mejor amiga—, pero no con un hombre. —Dante…, lo siento. Dejó la taza encima de la barra. —¿El qué? —Haberte hablado de mi historia con mis padres. Mis problemas con ellos. Estoy segura de que era lo último que querías oír. Lo siento por ser tan infantil. Él sonrió. V olvía a enseñar los hoyuelos y ella sintió ganas de estirar el brazo y tocárselos. —Me gusta que seas así. —Pero no es propio de mí. No hace falta que mantengamos esta charla poscoital, esta conversación para conocernos mejor. Esto puede ser solo sexo. Me parece bien. —De acuerdo. —Parecía receloso, como si no la acabara de creer. —De verdad, Dante. Él asintió.