Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 42
recordatorio de la naturaleza de su relación.
Tampoco es que eso fuera una relación. No, solo se refería a la dinámica del sexo.
Sí, eso era. Eso era lo único que siempre había sido para él. Era mejor así.
—Confío en que te guste el auténtico sirope de arce de Vermont. Venga.
La llevó a través del piso, notando el frío parqué bajo sus pies descalzos. La luz de
la tarde brillaba a través de las altas ventanas que abrían toda una pared a la ciudad y
otra a una vista de la bahía de Elliott.
—¡Qué vista más increíble! —dijo Kara mientras le seguía.
—Por eso compré el piso. Al menos, en gran parte. —Ya le mostraría más tarde la
ducha, cuando hubieran terminado de comer—. Me gusta ver el agua de día y la ciudad
de noche.
—Aquí lo tienes todo, porque es un piso rinconero. Madre mía, tienes una cocina
alucinante.
Se movieron por detrás de la barra alta y Kara recorrió la encimera negra y gris de
granito con las manos. Dante suponía que los armarios negros y elegantes y los
electrodomésticos de acero cepillado eran bonitos, pero siempre había querido algo un
poco más cálido.
—A decir verdad, había pensado en reformarla —le dijo.
—No veo por qué. Es preciosa.
Él se encogió de hombros mientras cargaba la cafetera y la encendía.
—Realmente, no me acaba de convencer. Es un poco fría, ¿no crees?
—Es preciosa. Pero entiendo lo que quieres decir, supongo. Todo es muy brillante.
¿Cómo es la cocina de tus sueños, Dante? —le preguntó ella mientras él sacaba
ingredientes del armario y la nevera, un gran cuenco y la batidora.
—Me gusta la madera. Algo más orgánico. También me gusta la estética moderna,
pero tiene que haber un equilibrio.
Midió la harina, rompió los huevos en el cuenco, añadió vainilla y los últimos
ingredientes. Le pasó el cuenco.
—Toma, trabaja un poco y mezcla esto mientras caliento la plancha.
Ella le arrebató el cuenco y puso en marcha la batidora. Se quedaron en silencio
mientras la batía. El suave zumbido del aparato, los aromas calientes de la vainilla y el
café llenaban la cocina. Con una sensación cálida de familiaridad.
Se sentía tan cómodo con ella. Tampoco era que jamás se sintiera realmente
incómodo con nadie. No era propio de él. Pero, con ella, había un grado extra de
comodidad.
Hizo que no con la cabeza, sacó el sirope del armario y lo metió en una olla de agua
caliente para calentarlo. Sacó platos, cubiertos, tazas y un par de manteles individuales
de lino de un cajón.
—Puedes poner la mesa sobre la encimera —dijo él, tratando de recuperar un poco