Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 37

—Dime. —Me gustaría volver a hacerlo. —Ah, y yo. Ahora mismo. Le mesó el cabello con la mano y luego le agarró unos mechones, de los que tiró lo suficiente para que tuviera esa sensación de poder sobre ella. El placer la invadió en una especie de rayo de luz y de calor. Se arrimó bien a ella. Seguía excitado y Kara empezaba a notarse el sexo humedecido del deseo, solo al pensar en él embistiéndola. Cuando le rozó el pezón con el pulgar, notó el anhelo hasta en las entrañas. —Dante…, vamos. Él soltó una carcajada. —Pronto, preciosa. Entonces supo que jugaría con ella, que la excitaría pero él llevaría la batuta del ritmo. «Sí.» Se le cortó la respiración cuanto le pellizcó el pezón, al tiempo que la invadía el placer por todo el cuerpo. —¿Alguna vez te has corrido con solo hacerte esto? —le preguntó él con una voz ronca—. ¿Con las caricias y el jugueteo con los pezones? —No. —Madre mía, apenas podía respirar y le hacía cada preguntita… —¿Quieres que lo intentemos? Solo pudo gemir cuando él se arrodilló a su lado para poder usar ambas manos. Los muslos desnudos de Dante eran fuertes y musculados, y estaban cubiertos por una suave capa de vello oscuro. Y, entre ellos, su pene era un duro mango de piel dorada. No podía creer que volviera a tener semejante erección. Se le hizo la boca agua al ver esa carne sólida y dura. Sin embargo, las grandes manos que posaba sobre sus pechos la distraían bastante. La acariciaba por doquier: por la parte inferior, por lo alto del montículo y trazaba su perfil con los dedos. Intentaba no acercarse a los pezones, que le dolían de ganas de que los tocara. Era una tortura. Él seguía rozándola con las yemas de los dedos por todos los lados salvo ahí. —Dante —musitó ella arqueando la espalda, como entregándole todo el cuerpo. —No, Kara. No te muevas. Respira y relájate. Estuvo a punto de gimotear, pero le gustaba demasiado la autoridad que infundía su tono de voz para llevarle la contraria. Inspiró hondo. Él siguió acariciándola. Era insoportable pero maravilloso a la par. Le palpitaban los pezones. Hasta le palpitaba el sexo de una forma que llegaba a doler, henchido de las ganas. Quería apretar los muslos para apagar un poco el dolor pero se mordió el labio y se estuvo quieta.