Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 36

—No sé mucho de lo que significa ser dominante sexual, del tipo de persona que asiste a esos clubes. Pero por las historias que le leído me imagino que depende de la persona. —Eso es cierto. —¿Qué significa para ti, Dante? —Para mí es ser sincero conmigo mismo y con mis deseos. Deseos de los que soy consciente desde la adolescencia y, de una forma algo peculiar, incluso antes. De niño sentía una extraña emoción al jugar a los piratas y atar a alguien a un árbol o fingir que los echaba por la borda. Muchas de las personas en la escena BDSM explican historias parecidas. No quiere decir necesariamente que sexualizáramos estas cosas de pequeños; eso suele venir más tarde. Pero, como te digo, esa emoción estaba ya allí. —Creo que he tenido las mismas experiencias. Entiendo lo que quieres decir. Fue toda una revelación para ella y eso decía mucho de cómo percibía ciertas cosas en su vida. —Mucha gente deja que termine allí —dijo, encogiéndose de hombros—. Tal vez tienen una vida muy activa en la fantasía, pero para mí es algo que busco activamente, aunque no lo necesite. —Pero lo prefieres. Te gusta tener sexo con algo de… No estoy segura de cómo se dice. —Juego de poder. Intercambio de poder. Porque de hecho se trata de un intercambio. No es solo que yo, dominante, quiera azotarte a ti o llevar a la práctica cualquier otro deseo. Una escena BDSM no es una actuación en solitario. Las necesidades del dominado o sumiso, su poder, entran en juego tanto como las mías. O más, incluso, y es aquí donde está la excitación: en el poder auténtico. —Sí, he oído hablar de ese término, de sumiso. ¿Eso es lo que soy, entonces? ¿Porque me gusta que me… azoten? —No creo que tengas que etiquetarte si no quieres. Está claro que tienes tendencias sumisas; las percibí en cuanto te vi. Las sentí en el instante en que te toqué. Pero queda por ver hasta dónde llegan, si es que quieres averiguarlo. Ella asintió. La cabeza le daba vueltas. En cierto modo, era un alivio poder ponerles nombre a sus deseos y tener una manera de identificarlos. Una forma con la que otras personas identificaban anhelos similares. Eso la hacía sentir menos sola. —Gracias, Dante. —¿Por qué? —Por… dejar que explore esto. Por hacerlo tan bueno. Él sonrió y se le marcaron esos hoyuelos de encanto tan juvenil. Era curioso cómo podía ser tan rematadamente masculino, tan dominante y a pesar de todo irradiar esa gracia tan núbil. Era parte de su encanto. Era irresistible. —Dante…