Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 34

Ya tendría tiempo para cuestionárselo más tarde. Mañana, si dejaba que pasara la noche ahí. No parecía estar dispuesto a llevarla a casa en ese momento, lo que a ella ya le iba bien. Estaba contenta en su casa. Estaba contenta… por primera vez en mucho tiempo. Cuando abrió los ojos fue porque el sol entraba con sus rayos dorados entre las persianas medio cerradas. Los abrió poquito a poco para dejar que se acostumbraran a la luz. El cielo de Seattle estaba algo gris y cargado de nubes, pero el sol conseguía filtrarse por aquí y por allá. Era lo habitual en enero. Lo que no era normal era cómo se sentía. Estaba algo dolorida, tanto por dentro como por fuera, pero no le molestaba. Y el cuerpo de Dante a su lado le hacía sentir mejor. Lo más raro era que hubiera dormido la noche entera a pierna suelta y sin sueños que la interrumpieran. Y eso que ella no solía dormir bien y era aún peor cuando intentaba dormir con un amante. Entonces se pasaba gran parte de la noche sin pegar ojo; se despertaba una docena de veces, consciente del mínimo movimiento o ruido de la otra persona al respirar. Era muy curioso que hubiera dormido tan a gusto con Dante. «Dante.» Se dio la vuelta y lo encontró mirándola. Se le aceleró el pulso. A la luz del día sus ojos marrones tenían más destellos dorados. Pequeñas motitas brillantes rodeaban el centro más oscuro, que eran de un intenso tono marrón en los bordes de las pupilas. Y tenía unas pestañas tan oscuras, tan densas… —Hola. —Tenía la voz algo ronca por el sueño. —Hola. Ella esbozó una sonrisa; no pudo evitarlo. Ni siquiera pensaba que esta fuera una de esas mañanas incómodas después de un lío de una noche. Pero él le respondió con otra sonrisa y notó algo en su interior. Era una especie de anhelo y una repentina calidez que no tenía nada que ver con el sexo. ¿O sí? Él se incorporó un poco apoyando el codo en la cama y la miró. Durante una fracción de segundo se preguntó cómo llevaba el pelo y si tenía marcas de las sábanas en la cara pero estaba ensimismada mirándole, absorta en sus hoyuelos y en la ligera sombra de su barba, que lo hacía aún más apuesto y más masculino que nunca. Le costaba pensar en otra cosa. Era difícil pensar en ella misma cuando la miraba así. Esos ojos dorados estaban embargados por el deseo. En ese mismo momento él la atrajo hacia así con un gemido y una apremiante erección que le rozaba la cadera. Se notó mojada al instante. —Kara… —La besó en la mejilla y los labios—. Espero que te guste el sexo