Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 26
otra vez con temblores que la sacudían.
—Joder… —murmuró al tiempo que echaba la cabeza atrás para apoyarla en la
puerta.
—Otra vez —le pidió él.
—¿Qué? No puedo. Vamos, Dante. Llévame a la cama.
—Todavía no. Quiero que te corras otra vez aquí mismo.
—Oh…
Quería discutírselo pero volvió a besarla y a acariciarle un pecho con una mano, que
lo cubría entero y lo masajeaba con delicadeza. Y su boca… su lengua era más suave
esta vez, como si supiera que estaba muy sensible después de alcanzar el orgasmo. Le
lamió el clítoris con dulzura y luego le introdujo la lengua. Ella se abrió un poco más
de piernas para él, apoyándose en sus hombros para mantener el equilibrio. Era
consciente de lo suave que era su piel. Quería tocarle, acariciarle el pecho, el pene…
Pero más tarde; cuando hubiera terminado con ella. Después de hacer que se corriera;
algo que sucedería muy pronto.
Su lengua se movía en su interior, empujando y saliendo rítmicamente. Era una
sensación increíble. El placer era innegable. Entonces hizo algo que ella no había
experimentado nunca. Le introdujo los dedos y empujó, rozándole el punto G. Ella
arqueó la espalda y gimió. Entonces empezó a lamerle justo en el sexo de modo que no
podía distinguir donde acababan sus dedos y empezaba su lengua. Lo movía todo con
suavidad y delicadeza. Kara movía las caderas al ritmo que marcaba él y el placer
empezó a intensificarse otra vez, más rápidamente, pero esta vez con mayor sutileza.
Cuando se corrió no fue tan fuerte como el orgasmo de antes, pero sí más intenso, y
ella se estremeció entera; se notaba el pulso en el clítoris, incluso. El placer era como
una sustancia sólida en su interior; espesa y dulce, como si fuera miel lo que le corría
por las venas.
—Oh… Oh…
Lo único que podía hacer era gemir y mover las caderas al compás de sus dedos y su
boca. Estaba aturdida e indefensa. No tenía fuerza en las piernas y sentía que se iba a
venir abajo.
—Yo te sostengo.
Y, lo hizo, sin saber cómo. La tumbó en el suelo, sobre sus rodillas y la rodeó con
los brazos. Seguía temblando del orgasmo, como si aún le quedaran restos, como si
tuviera una especie de chispa que le corría por la sangre y la abrasara desde dentro.
Levantó la vista en la penumbra. Su mirada era ardiente; la notaba a pesar de la
tenue luz que se filtraba por las ventanas. Su piel era cálida al tacto y su cuerpo, puro
músculo. No podía hacer otra cosa que abandonarse entre sus brazos mientras intentaba
respirar con normalidad.
—Joder, nena. —Las palabras salieron entre jadeos, cargadas de deseo, en voz baja