Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 24

—Por favor, tócame ya. Entonces él soltó una carcajada. No era una risa condescendiente; simplemente le había gustado el comentario. Y a ella le enternecía que así fuera. ¿Pero qué le pasaba? —Lo has pedido con mucha educación —le dijo—. Con mucha dulzura. Pero tu cuerpo aún se volverá más dulce con mis caricias. Mi boca. Y aquí estás, esperándome… Una respiración, luego otra. Ahí estaban, completamente quietos los dos. Lo único que oía era la respiración de Dante y la suya. Y entonces él se abalanzó sobre ella. Con una mano le agarró unos gruesos mechones de pelo y le echó la cabeza hacia atrás. Sus labios se ocuparon de su garganta, abrasadores pero suaves, y luego húmedos cuando sacó la lengua y empezó a lamerle. —Ah, Dante… Él se le acercó aún más, cuerpo a cuerpo, y a través del suave algodón de sus calzoncillos notó una dura erección. Qué ganas de sentirle dentro… Aunque ahora mismo estaba demasiada distraída por lo que le estaba haciendo: chupándole el cuello, lamiéndola, hincándole los dientes un poco. Sus manos estaban por todos sitios: en sus costados, en sus muslos, y luego empezó a desabrocharle el sujetador. Le cubrió los pechos con las manos y ella arqueó la espalda; notaba la dureza de sus pezones en contacto con sus palmas. —Joder —murmuró él al separar los labios de su cuello y deteniéndose a contemplar sus senos un buen rato. Entonces agachó la cabeza y acogió un pezón en su boca. —Ah, sí, Dante… Sí. Ella le tocó el pelo, que, aunque húmedo, era suave y sedoso. Se aferró a él y le atrajo hacia sí mientras Dante le lamía la piel. Le lamía una y otra vez ese botón erecto haciéndole sentir una oleada de placer por todo el cuerpo. Se notaba el sexo húmedo y le dolía un poco, incluso. «Lo necesito.» —Vamos, Dante. No estaba segura de lo que le pedía. Simplemente «más». —Shhh. Cállate, Kara. Ese tono autoritario la hizo quedarse inmóvil, sin fuerza. Sí, todo en sus manos. Que él tomara el mando… La empujó contra la puerta con ambas manos, una en los hombros y la otra en el vientre, y luego empezó a bajarle las braguitas. —Eres tan hermosa —le dijo en voz baja—. Muy, muy hermosa. Se arrodilló y, sujetándola una vez más con una mano en la cadera, aprovechó la otra