Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 21

—No, no suelo tenerlos. Pero tengo que reconocértelo, Kara… —Bajó el tono, que ahora era algo ronco—. Si no llegamos a casa pronto; si no te tengo dentro de unos minutos, me volveré loco. Así que tendré la boca cerrada hasta que lleguemos, te desnude y pueda ponerte las manos encima. —Ah… No sabía qué decir. Seguía aturdida por ese deseo que invadía su cuerpo. Era tan intenso y lo había sentido tan deprisa que la había dejado estupefacta. «Te desnude y pueda ponerte las manos encima.» Eso era exactamente lo que quería, pero no podría decirlo. Estaba tan excitada que le dolía, incluso. Y en su mente solo había una idea que se repetía una y otra vez hasta que casi no pudo pensar en otra cosa: «Le necesito ahora mismo…». Él seguía mirando la carretera con atención mientras cruzaban la ciudad. No mediaron palabra cuando salieron de la 90 y pusieron rumbo al norte. A Kara no le importaba que no hablaran, como le pasaría con cualquier otra persona. No sabía por qué. Lo único que sabía era que el silencio y la expectación eran uno y se sentía como dentro de una nube. Aislada del resto del mundo. Y le gustaba. Empezó a llover y ellos seguían cruzando la ciudad, pasando delante de edificios de oficinas, restaurantes y bares. La luz de las farolas se reflejaba en el brillante arcén, proyectando luces y sombras delante de las ventanillas del coche. Y los asientos calefactables, que eran cómodos en un principio, ahora le parecían demasiado calientes; sobre todo por el deseo que ardía en su interior. Finalmente llegaron y entraron en el aparcamiento de uno de los rascacielos más nuevos de Elliot Avenue. Los edificios aquí eran bastante caros. Tenía el recuerdo de que Dante era uno de los niños ricos del instituto. Él no había alardeado nunca de ello, pero Mercer Island era una comunidad pequeña y en cada escuela todos sabían de la vida de los demás. Eso no le importaba lo más mínimo. Nunca había salido con un hombre por su dinero, aunque sí prefería que un hombre tuviera ambición. No obstante, ahora mismo lo único que quería era aparcar el maldito coche y entrar donde fuera de una vez por todas. En algún sitio privado. Con él. ¿Cuándo había sentido esta urgencia con un hombre? Además, apenas la había besado y aún menos tocado, en una hora. Normalmente ese deseo se habría disipado por entonces. Pero esta noche no. No con él. Dante accedió al aparcamiento, se detuvo en una plaza, apagó el motor y se volvió a mirarla. La miró rápidamente, esbozó una sonrisa arrebatadora y, sin darse cuenta siquiera, salió del coche, le abrió la puerta y la estrechó entre sus brazos. Pudo volver a percibir su olor; a oler esas notas oscuras pero agradables de hombre, junto con un poco de humo, de motor y de neumáticos del aparcamiento, que le hacían