Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 185
que él la ayudaría en todo ese proceso, que ambos se ayudarían mutuamente. Ese último
instinto de huir había desaparecido, diluido en el amor.
Él gimió suavemente, tirando de sus manos hasta que la tuvo en su regazo. La besó
con más fuerza. Su lengua y la presión de su erección debajo le infundían calor por
todo el cuerpo, era un calor maravilloso y rezumante compuesto de deseo y amor.
Dante se apartó.
—Cielo, necesito estar contigo en la ducha. Ya sabes cómo me gusta. Y contigo…
tiene que ser contigo.
Sin saber muy bien cómo, cruzaron la casa y entraron en el lavabo. Él la soltó el
tiempo suficiente para abrir el agua caliente.
—No te muevas —dijo él—. Vuelvo enseguida.
V
olvió al cabo de unos segundos con una ristra de preservativos en la mano y una
sonrisita en la cara. Entró y la volvió a besar, mientras le deslizaba el albornoz por los
hombros y se quitaba los pantalones.
El vapor aumentaba y les envolvía alrededor como una manta suave mientras
entraban en la ducha.
Dante le puso las manos alrededor de la cintura, moviéndola bajo el agua. La besaba
en el cuello mientras el agua caliente le caía por el pelo y resbalaba por su cuerpo. Y
entonces, cogió el frasco de jabón y empezó a lavarla y a enjabonarla. Tenía las manos
resbaladizas, increíblemente suaves, mientras las deslizaba sobre su piel y terminaban
en sus pechos. El deseo era como el vapor que les rodeaba: igual de suave y de
maravilloso. Dante trazaba círculos alrededor de sus pezones, que se le endurecían
cada vez más, pero la necesidad era un dolor leve y urgente, aunque dulce.
Kara no podía dejar de mirar sus manos mientras estas bajaban y accedían a sus
muslos y entre ellos.
—Oh, Dante…
El dedo enjabonado de Dante se deslizó por encima de su vagina, acariciando los
labios hinchados de su sexo; ella separó las piernas para él. La masajeó allí, moviendo
los dedos sobre el clítoris y luego hacia abajo, repitiendo el gesto una y otra vez hasta
que ella estuvo al borde del clímax.
Se detuvo. Estiró el brazo por detrás de ella para coger la alcachofa y la enjuagó tan
meticulosamente como la había enjabonado. Finalmente, apuntó el chorro de agua
caliente entre sus muslos. El suave pulso del chorro le rozó el clítoris y él lo sostuvo
allí con una mano, mientras, con la otra, la atraía hacia él. La besó en la boca y
mientras se corría, ella gimió de placer pegada a sus caderas.
Kara seguía estremeciéndose de gusto cuando él se enfundó el preservativo y,
poniendo una pierna alrededor de su cintura, se introdujo en ella.
—Dante —jadeó ella, con su grueso pene moviéndose en su interior, llevándola de
nuevo al clímax. El placer era embriagador; pura bendición. Era sublime tenerle dentro