Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Página 179
Diecisiete
Dante la sostenía cerca, tan cerca que podía notar su corazón latiendo contra el
suyo. Kara tenía una boca increíblemente dulce, aunque saber que le amaba era más
dulce que nada de lo que él jamás hubiera probado; era milagroso.
La atrajo más hacia sí porque necesitaba notarla, necesitaba sentirla… Ni siquiera
estaba seguro de lo que eso significaba. Lo único que sabía era que no podía acercarse
lo suficiente.
—Dante —murmuró ella contra su boca al tiempo que movía la lengua lentamente
sobre sus labios con un toque lento y sensual que lo hacía enloquecer.
«Tengo que poseerla. Desnuda. Abierta.»
Él la levantó, se la llevó hasta el dormitorio y la dejó sobre la cama. Dante, de pie,
se limitó a observarla durante unos segundos. Le abrumaba su belleza: su piel de
porcelana y su pelo largo y salvaje sobre las sábanas verde pálido, que hacía que su
mirada metálica brillara con fragmentos de esmeralda y musgo.
Su quietud inspiraba una seducción inocente y su mirada le decía que le necesitaba
tanto como él a ella y que su deseo ardía con todo su esplendor. Era un contraste muy
fuerte con sus largas pestañas.
Dante reparó en el rubor febril, rosado en sus mejillas, y en el espacio entre sus
pechos, donde se abría el albornoz blanco.
Se inclinó sobre ella, con una rodilla en el borde de la cama, y le abrió el albornoz.
Extendió la tela de algodón blanco con la mano hasta que cayó, dejando al descubierto
su cuerpo desnudo. Kara tenía los pezones duros y oscuros, increíblemente apetitosos.
Se lamió los labios, igual de exuberantes. Dante no sabía por dónde empezar ni por
dónde terminar.
—Kara —dijo en un tierno susurro—. Dime que tenemos todo el día, toda la noche.
Dime que no vamos a ninguna parte. Necesito… tenerte toda para mí.
—No me voy a ninguna parte —le dijo ella—. No quiero estar en ninguna parte
excepto aquí contigo.
Decir eso le hizo saltar el corazón y le hizo excitarse, ponerse duro como una
piedra. Se inclinó y la besó tiernamente, antes de agacharse más y besarle los pechos,
esas suaves protuberancias de piel aromática y fresca. Kara suspiró con solo un suave
murmullo de placer, pero le atravesó como una corriente eléctrica.
—Dios mío, Kara…
Kara se levantó y le sostuvo el rostro entre las manos, con las palmas suavemente
sobre las mejillas mientras colocaba su cabeza entre los pechos. Dante obedeció su
orden tácita, cogiendo un pezón con la boca para chuparlo.
—Ah, Dante…