Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 174

puerta. Se puso el albornoz y se lo anudó alrededor de la cintura mientras cruzaba el apartamento. El pulso le iba a mil por hora. De alguna forma, sabía que sería él. ¿Cómo lo había hecho para entrar por la puerta principal de abajo? ¿Acaso la había dejado abierta con las prisas para llegar a casa? No podía pensar en eso, apenas podía pensar en nada. Cuando abrió la puerta, el corazón se le llenó de dolor. De necesidad. De miedo. Dante. —¿Qué haces aquí? —preguntó ella con toda la fuerza de que fue capaz. Estaba sin aliento. Alucinada. Por el hecho de que la hubiera ido a buscar. Por la emoción, se estremeció con una serie de pequeños temblores, pero, a pesar de todo, todavía estaba muy enfadada. —Tengo que hablar contigo, Kara. Me he dado cuenta de que no era adecuado hablar contigo en el trabajo. —Pero tenerme inclinada sobre tu escritorio para azotarme bien sí lo era, ¿verdad? Se pasó la mano por el pelo oscuro. —Eso era… diferente. Ella soltó una risotada breve, casi como si fuera un ladrido. —Sí, claro que lo era. —No te culpo por estar enfadada conmigo. Pero solo… déjame entrar. —Kara empezó a hacer que no con la cabeza para cerrar la puerta, pero entonces él puso una mano para evitarlo—. Por favor, Kara. Se le había enternecido la voz y no se pudo resistir. La rabia que sentía quería hacerlo. Quería cerrarle la puerta en las narices, gritarle que se fuera y la dejara sola, pero su corazón no quería que se fuera. Dio un paso atrás y le dejó entrar en el piso. Cerró la puerta delantera, abrochándose más fuerte el albornoz mientras se daba la vuelta para mirarle. Le brillaban los ojos por la emoción, pero no sabía decir exactamente cuál era. Y bajo sus ojos había círculos oscuros que ella jamás había visto antes. Podía ser por el caso que tenía en los juzgados. Tal vez estaba inquieto y se quedaba despierto hasta tarde para trabajar. Kara no quería pensar que fuera por ella, que a él le importara tanto como a ella. No podía creer que fuera cierto; no se atrevía. —De acuerdo —dijo finalmente—. Ya que estás aquí, ¿qué tienes que decirme que sea tan importante para que me persigas en plena jornada laboral? —Joder, Kara. A la mierda el trabajo. Esto es importante. —¿Ah, sí? ¿Por qué? Si no pudiste decírmelo siquiera cuando estábamos en el despacho. Se rascó de nuevo la barbilla.