Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 164

persona a quien querría ver, y no podía culparla. Había llegado el momento de recurrir a su mejor amigo. Él y Alec no hablaban de cuestiones sentimentales muy a menudo. Jamás habían intimado tanto. Lo más cercano había sido cuando Alec se había vuelto loco por Dylan. Pero esa vez Alec había sido quien se había sincerado. Dante jamás lo había hecho y no estaba seguro de saber hacerlo. Pero, qué diablos, seguro que era mejor que pasear por ahí incansablemente; mejor que ese ciclo interminable de un pensamiento tras otro para, al final, regresar siempre al mismo lugar. Quizás Alec pudiera ofrecerle un poco de perspectiva y ayudarle a centrarse otra vez. Se fue hasta la consola del recibidor, donde tenía el móvil cargándose. Desenchufó el cable y marcó el número de Alec. —Hola. —Alec, soy Dante. —Eh, ¿qué ocurre? Últimamente apenas he sabido de ti. Supuse que, al final, te habrías vuelto a casa después de que nos viéramos la otra noche. —Sí, sobre eso… Dios, ¿por dónde empezar? ¿Cómo lo hacía la gente? —¿Qué ocurre, Dante? —preguntó Alec—. Y no me digas que nada porque te lo noto en el voz. —Siempre has sido un dominante muy intuitivo. —Sí. Pues venga, va, canta. Suspiró y empezó a pasearse de nuevo. —Oye, ¿te parece que quedemos para tomar una copa? —¿Ahora? Dylan y yo estamos terminando de cenar. —Sí, ahora. Por favor. Lo siento por la cena, pero… Mierda, ¿puedes quedar o no? —Sí. Claro. Faltaría más. Dime dónde quieres que quedemos. —¿En The Black Room? ¿Sabes dónde está? —Era un pequeño garito cerca de su casa. Sabía que sería un lugar tranquilo y que difícilmente se encontraría a alguien del trabajo o a algún conocido del club. —Ya lo encontraré. Dame cuarenta y cinco minutos. —De acuerdo, gracias. Colgaron y Dante se dio una ducha rápida, algo que había estado evitando todo el día. Allí había demasiados recuerdos de Kara, de su cuerpo brillante envuelto en vapor. Kara con su camisa de vestir blanca, con la piel casi tan pálida como la camisa, pero las mejillas rosadas y los ojos plateados y dorados, brillando de deseo. Preciosa. Alucinante. Había tenido a muchas otras mujeres allí. Pero Kara era la única que realmente importaba.