Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 162

recuperaba la conciencia. Última hora de la tarde. Había pasado horas allí. Se sentía exhausta. Agotada. Asqueada. Sabía que tenía que salir de la cama, beber un poco de agua. Lavarse la cara. Tenía los ojos y las mejillas hinchados, blandos al tacto. Aspiró hondo. ¿Cómo había permitido que le ocurriera eso? Jamás permitiría que le volviera a ocurrir. No sabía cómo iba a sobrevivir a eso. Pero esa sería la última vez. Las lágrimas volvieron a empezar. La sensación de calor en las mejillas y los pequeños sollozos que le encogían el pecho eran insoportables. ¿Cómo podía una persona contener tantas lágrimas? Pero incluso esa idea le llegaba desde muy lejos, como si tuviera la mente obnubilada por el dolor. Intentaba tragarse las lágrimas y contenerlas pero no lo conseguía, de modo que se hizo un ovillo y dejó que cayeran, inconsolable en su pena. Al final se quedó dormida. Soñó con Dante y con su piso. Lo inundaba la luz del sol que parecía venir de todos lados, dorada y dulce. Dante apareció detrás de ella y Kara notó su presencia más que verle. Conocía el tacto de sus brazos alrededor de la cintura, conocía su hermosa fuerza mientras la atraía hacia sí. —Esto es lo que deberías estar haciendo, Kara —dijo él. «Sí», pensó ella. Estar con él… Delante de ella tenía un caballete, con un cuadro a medio pintar, y ella sostenía un pincel en la mano. Era la vista de la bahía de Elliot que tenía desde su ventana, de tonos azules y verdes, con la luz del sol atravesando la niebla. La vista que habían compartido desde la ventana. Preciosa. Pero Kara ya no pintaba. No realmente. Y tampoco estaba con Dante, ¿verdad? Todo se hizo oscuro, vacío. Era como si estuviera cayendo en un espacio vacío que no contenía nada. La oscuridad y el vacío crecieron a su alrededor, acercándose. Filtrándose en ella. Le gritó: —¡Dante! Pero él no estaba y jamás volvería a estarlo. —No —murmuró, sobreponiéndose al dolor—. ¡No! Se despertó en la oscuridad, temblando por la humedad de su piel y, en el fondo, lo sabía. Se había acabado. Dante estaba mirando a través de la larga hilera de ventanas, con la mirada fija en las luces minúsculas y parpadeantes de los barcos atracados en la bahía de Elliot. Se sentía principalmente aturdido. Se había sentido así desde que Kara se había marchado