Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 159

—Yo… —¿Por qué el corazón le latía con tanta fuerza? Quería contarle exactamente cómo se sentía, pero no podía hacerlo—. En cierto sentido, a mí me pasa lo mismo y me cuesta mucho asumirlo. —Así pues, volvemos a estar en la misma onda —dijo él, con esas cejas oscuras unidas en un gesto interrogativo, aunque había dicho esas palabras de forma muy decidida. Le sorprendió que él esperara que ella le dijera algo que se lo confirmara. Pero decírselo aún le parecía demasiado arriesgado. No pensaba ser la que le dijera primero que le quería. Así pues, ¿dónde les dejaba eso, si él no se lo decía? ¿O si no podía reconocerlo? ¿Si, quizá, no era eso lo que él sentía, ni por asomo? Ahora, el corazón le martilleaba en el pecho, repiqueteándole dolorosamente en las costillas. Notaba cómo el miedo se apoderaba de ella, como una especie de sustancia tóxica. Veneno. Y convertía el miedo en pánico. Tenía que salir. Se sentó en la cama tan deprisa que, durante un instante, se sintió mareada. Entonces, volvió a apartar las sábanas y dejó las piernas balanceándose en el otro lado. —¿Kara? ¿Qué haces? —Tengo que irme. —¿Qué? Ahora no puedes irte. —Sí, puedo. Tengo que hacerlo, Dante. —Se puso en pie y notó el frío invernal en su piel desnuda. Otra vez se volvió a sentir mareada y tuvo que detenerse al tiempo que se tapaba los ojos con las manos. La luz que se filtraba por las ventanas se le antojaba demasiado brillante, cegadora. Notaba cómo la sangre le fluía por las venas con una fuerza inusitada. Dante acudió a su lado enseguida. —¿Qué está pasando? —No lo sé —dijo ella sin girarse para mirarle, sin reaccionar cuando él le cogió el brazo—. Y quizás ese es el problema. No sé qué ocurre, no sé qué hacer. No sé cómo te sientes respecto a todo. Eres tan confuso, Dante. Y no te pido explicaciones porque yo tampoco las tengo. Pero no creo… que pueda seguir soportándolo. Al menos, no ahora. Necesito pensar. Necesito… un poco de tiempo para mí. —No lo hagas, Kara. Te estás derrumbando. Tienes que estar donde yo pueda vigilarte, donde yo pueda asegurarme de que estás bien. Kara se giró de golpe para mirarle. Dentro de ella crecía la rabia como un flujo feroz y caliente por las venas. Era demasiado atractivo. La luz de última hora de la mañana se reflejaba en su pelo oscuro y lo teñía de oro, pero no iba a permitir que eso la distrajera. —¿Eso es lo único que tienes que decirme, Dante? Porque, si es así, entonces, aquí