Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 149

En ese momento había una mujer en una de las barras y, una vez más, Dante supo de forma instintiva que ella quería detenerse y mirar un rato. La mujer era hermosa; tenía la piel de ébano y una melena morena ondulada. Iba vestida con unas cintas de bondage de color lila como si fueran un pequeño top y una falda muy corta que se le ajustaba como una segunda piel. Llevaba unos zapatos de aguja del mismo tono lila. Se aferraba a la barra con ambas manos y movía las caderas con la cabeza hacia atrás y el pelo le caía como una cortina negra. La música cambiaba y así lo hacía ella, cuyas caderas se movían en movimientos ondulantes, como trazando un ocho. Se dio la vuelta, apoyó la espalda en la barra y se deslizó por ella con los brazos por encima de la cabeza en un elegante arco con las manos unidas. Entonces levantó la vista, miró directamente a Kara y sonrió separando sus carnosos labios rojos de una forma muy sensual. A Kara nunca le habían interesado sexualmente las mujeres. Y ahora tampoco, pero esta elegante criatura exudaba sensualidad y ella no podía evitar responderle de una forma primitiva, con la respiración y el pulso cada vez más acelerados mientras contemplaba el baile sensual de la mujer. —Dante… —¿Qué pasa, preciosa? —Me acabo de dar cuenta… de que lo que pasa aquí está… hipersensualizado. Hipersexualizado, tal vez, pero no de un modo negativo. —No podía creer que estuviera encadenando dos frases seguidas cuando ya estaba en el subespacio, con todo lo que pasaba a su alrededor y que la hundía aún más—. ¿No es eso? ¿No es eso lo que pasa aquí? Estoy mirando a esta mujer y veo lo que los otros pueden ver cuando me miran a mí. Y es… muy excitante saberlo desde esta perspectiva. ¿Tiene sentido lo que te digo? —Absolutamente. Dante le sonrió y ella se centró en él. Sus oscuros ojos y sus pómulos marcados. La exuberante sinuosidad de sus labios, generosos y pícaros a la vez. Ella le correspondió con otra sonrisa mientras él seguía mirándola. Era una mirada cautivadora e imponente. Y aunque se limitaba a mirarla, con su sonrisa, que ahora empezaba a desaparecer, y las facciones reflejaban el mismo deseo que crecía en su interior, sintió su autoridad absoluta. Se estremeció. —¿Quieres subirte a ese podio con la barra, Kara? —le preguntó en un tono suave e íntimo—. ¿Quieres actuar para mí? ¿Y para los demás de la sala? Necesitó un momento antes de contestar. —Me encanta la idea de que me vean, que me observen, pero no es exactamente lo que quiero. —Ah. —Se paró y la miró sin decir nada—. Creo que ya sé qué podemos hacer.