Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 144

presionar en su sexo y deslizarlo entre su flujo. Al instante empezaron a gemir, el uno en la boca del otro, de pura necesidad. Joder, podía correrse solo con esa sensación, con el simple roce de su piel. Ella arqueó la espalda para que su pene le rozara bien los labios y el clítoris de arriba abajo. El placer fue en aumento, librando una dura batalla en su interior. Unos embates más y alcanzó el orgasmo entre gritos de placer. Toda ella temblaba del deseo. Cuando hubo terminado, él se apartó y murmuró: —Un condón. Ella le señaló la mesita de noche y Dante alargó el brazo hasta llegar al primer cajón, donde encontró los preservativos, y cogió uno. Abrió el paquetito con los dientes y juntos lo colocaron en su pene erecto. Se puso encima de ella, mirándola a los ojos. Mientras la penetraba, Kara se fijó en la exquisita agonía reflejada en su rostro y en el placer indescriptible al embestirla. —Cielo, es una sensación tan buena. Nunca me he sentido mejor con nadie que contigo. Siguió bombeando, penetrándola más y más. A su vez, ella seguía absorta en sus ojos oscuros con destellos dorados… y una expresión que no alcanzaba a entender. Era placer y algo más. «No importa.» No, lo único que importaba era que estaba con ella y que el deseo volvía a intensificarse, llevándola hasta el cielo. Su pene la llenaba entera y hacía que el placer fuera aún mayor, como su bello rostro al correrse, gritando su nombre. —¡Kara! Y luego llegó ella también al orgasmo con un placer que la envolvía con una luz brillante y cegadora. Entonces él la incorporó hasta que la tuvo sentada en la cama con las piernas rodeando las suyas, que se apoyaban en las rodillas. La abrazó con fuerza: su torso era como una sólida pared contra sus pechos y respiraba con dificultad. —Joder, Kara —balbució. Ella seguía temblando después del clímax, emocionada, cuando, con unas manos fuertes, la puso boca abajo sobre su regazo. Empezó a azotarla, con brío y energía. A ella se le vació la mente tan deprisa que no tuvo tiempo siquiera de pensar en eso, solo en el dolor que, tras un placer tan reciente, se volvía en una sola sensación. Calor, anhelo y amor por él, todo junto. «Le quiero.» Se mordió el labio. No quería decirlo. No se permitió hacer otra cosa que no fuera gemir en silencio. Él introdujo una mano por debajo, entre sus muslos, y le tocó el clítoris. Inexplicablemente, volvió a llegar al orgasmo. Contoneándose en su regazo, el placer