Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 140

apartamento. La casa tenía su misma esencia. La combinación de lo viejo y lo nuevo, lo tradicional y lo moderno, hacía juego con ella. De hecho, se parecía a su piso pero combinado de una forma más femenina. Había antigüedades talladas sobre los oscuros suelos de madera y un sofá moderno de color blanco con cojines brocados. La mesita de centro era un baúl de viaje con un sobre de cristal encima. Una colección de fotografías en blanco y negro decoraban las paredes; la mayoría eran de edificios antiguos. Europeos, sobre todo. Pero bueno, se estaba distrayendo un poco de lo que ocupaba su cabeza. Y su cuerpo. Fue entonces cuando reparó en los dos cuadros que colgaban encima de un aparador antiguo. Se acercó en dos pasos. Eran bodegones pintados con óleos parecidos a los que usaba en el instituto, pero había depurado la técnica desde entonces. Vio sus iniciales en la esquina inferior derecha, «K. C.», con una bonita caligrafía. Él alargó el brazo hasta casi tocar uno de ellos. —Joder. Son tuyos. Son muy buenos. Fantásticos. Deberías dedicarte a pintar, Kara. Ella suspiró pero no dijo nada. Él se dio la vuelta para mirarla; se sentía demasiado corpulento para ese comedor tan acogedor. Algo incómodo, incluso, como si fuera un gigante que lo tiraría y lo rompería todo si se movía demasiado deprisa. —Kara… Ella estaba ahí quieta, mirándolo, con los brazos cruzados bajo el pecho. Podía distinguir el contorno de su voluptuosidad y de los pezones, que se habían endurecido un poco con el frío del ambiente. En esos momentos no debería fijarse en esas cosas, pero era inevitable. Kara era puro sexo para él. Cuando no… lo era todo. Tragó saliva. Trató de poner en orden sus pensamientos. «Di algo, colega. No seas gilipollas.» Carraspeó. Oía un zumbido dentro de la cabeza. ¿Por dónde empezar? Kara habló antes de que él pudiera abrir la boca. —¿Por eso has venido aquí? ¿Para decirme lo que debería hacer, Dante? Eso se te da muy bien, tengo que reconocerlo. Pero ¿por eso estás aquí? —Soltó una carcajada —. ¿Te das cuenta de que nunca habías estado aquí, en mi casa? Su tono delataba algo de rabia. No podía culparla. Ella se encogió de hombros con un aire indefenso que le dolió en el alma. —Me… me dejas en la puerta como si fuera un rollo de una noche sin más. ¿Por qué? ¿Es porque te sientes demasiado cerca de mí, al estar en mi casa? ¿No quieres conocerme tan a fondo? Es… insultante. O quizás es que tu ruta de escape es más fácil si todo pasa en tu casa. Así puedes decidir cuándo es hora de que me marche, cuando ya te has cansado de mí. —Ese es el problema, Kara. —Se le acercó, pero cuando reparó en la tensión de sus