Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 122
bahía de Elliott, que veía a través de las ventanas de su apartamento. Las montañas en
la lejanía. Un cuenco con fruta en la mesa de la cocina.
Había encontrado algunos carboncillos y un bloc de dibujo. No se había atrevido a
buscar las pinturas. Era demasiado pronto. Se sentía algo insegura respecto al hecho de
ceder ante esa necesidad, ese deseo. Era demasiado… indulgente.
Pero sabía que era por Dante. Por el modo en que la hacía sentir… hacia él y hacía
sí misma. Él empezaba a hacer que se cuestionara las antiguas ideas —ahora se daba
cuenta de que estaban pasadas de moda— sobre su vida y lo que debería hacer. Sobre
algunas de las decisiones que había tomado. El modo en que se reprimía siempre
porque tenía miedo de lo que los demás pudieran pensar de ella.
Sus padres, sobre todo. Algo ridículo, sí, porque era una mujer hecha y derecha.
Pero la relación con Jake no la había ayudado precisamente y fue ella quien lo había
permitido. Permitió que Jake y sus prejuicios sobre ella influyeran en su manera de
pensar.
Tal vez no fuera esa mujer fuerte que creía ser.
O quizá no estaba pensando con claridad acerca de nada de esto. Tal vez debiera
dejar los carboncillos a un lado y olvidarse de la pintura…
Estaba frente a los ventanales de su despacho, con la mirada puesta en la lluvia que
caía en la ciudad, y dejó que eso aliviara sus pensamientos enmarañados. Los coches
pasaban salpicando en las aceras; algunos paraguas salpimentaban las calles. En parte
quería estar allí, notando la humedad del aire de Seattle con esa pizca de sal del
océano procedente de la bahía. El olor de la ciudad bajo la lluvia la hacía sentir como
en casa. Cómoda y a gusto incluso en medio de una tormenta. Le encantaba la sensación
de calidez del abrigo, con el aire húmedo que le enfriaba los pies a través de las botas.
Se estremeció. Estar fuera con ese clima de febrero no era lo único que deseaba.
También deseaba a Dante.
Siempre Dante.
Se apartó de los ventanales y volvió a sentarse en su silla al tiempo que cogía el
móvil. ¿Habría quizás algún mensaje de él? A veces le mandaba mensajes picantes
durante el día cuando no estaba en los juzgados. O a veces incluso cuando sí lo estaba,
algo que se le antojaba particularmente malvado. Unas pocas palabras suyas podían
conseguir que se acalorara al instante. Podían calentar su anhelante corazón.
Mierda, no le gustaba nada sentir ese anhelo. No era de ese tipo de chicas, nunca lo
había sido, pero con Dante no podía evitarlo.
Las últimas semanas habían sido maravillosas a la par que difíciles; un tipo
delicioso de tortura que nunca antes había sentido. Pasaban juntos casi cada noche y
los fines de semana. Las noches que no le veía procuraba mantenerse ocupada. Se
había llevado trabajo a casa algunas veces, había quedado con Lucie o paseado por su
librería favorita. Sin embargo, era como si cada momento que no estaba con Dante
pasara muy lejos. Se sentía desapegada y desconectada de todo salvo de él.