Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 120

jadeando, con el mero roce de su piel. Entonces a él le faltaron manos para tocarla; le acarició la espalda, las nalgas, los muslos. Y cada caricia le provocaba otra oleada de sensaciones. Seguía temblando con los efectos del clímax cuando él cogió un condón, se lo puso y la levantó. —Venga, Kara —le dijo con una voz impregnada de deseo. La sujetaba con las manos en su cintura. Ella le miró a los ojos: eran dos puntitos que brillaban en la penumbra de la habitación. Aguardó a su señal, a su orden. Y cuando él le hizo la señal con un movimiento de barbilla, ella bajó y se colocó encima. —Oh… No pudo evitar gemir cuando él se introdujo en ella y notó su piel dura y cálida cada vez más adentro. Dante seguía aferrado a su cintura y ahora empezaba a subirla y a levantarla con sus fuertes brazos; encajándola con fuerza en su pene. A ella le encantaba que, aun estando encima de él, Dante estuviera al mando y marcara el ritmo. Le provocaba placer al tiempo que reclamaba el suyo. Y mientras él levantaba las caderas con fuerza, la ternura dejó paso a una necesidad primitiva. —Joder, Kara —dijo entre jadeos—, necesito estar así, dentro de ti. —Sí, Dante… —Quiero que vuelvas a correrte. Córrete para mí. Ella se llevó una mano al clítoris y volvió a invadirla una fuerte sensación. —Me encanta —murmuró ella, abrumada por la impresión: su pene, sus dedos, sus órdenes. —Venga, preciosa —gimió él mientras empujaba las caderas hacia arriba para penetrarla y volver a sacarla—. Hazlo. Córrete. Ella empezó a trazar círculos con los dedos y movió las caderas para que su pene rozara su punto G. Y con un grito, volvió a correrse. —¡Dante! ¡Ah! Kara temblaba, aún tocándose y moviéndose encima de él. Apretaba su pene con el sexo. —Ah, Kara… —Él se incorporó un poco y aceleró el ritmo de sus embestidas—. Joder, cielo… Entonces la atrajo hacia sí con fuerza y la abrazó. —Qué bien… Me gusta mucho… —musitó con la boca en su pelo. Y de repente regresó esa ternura, más fuerte que nunca, así, mientras la abrazaba. Jadeantes, la piel de ambos estaba perlada de sudor. Su pene iba perdiendo tersura en su interior, pero ella no quería soltarle. No quería que sus cuerpos se separaran. Dante la besó en la mejilla, la garganta; sus labios acariciaban su piel con ternura, y ella sintió que cada roce era una especie de confirmación de lo que había entre ellos. No quería ponerle nombre pero era «algo». Se quedaron ahí tumbados unos minutos y ella se quedó dormida un rato, encima de