Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 12
aquí en Seattle. ¿Te acuerdas de él?
—Es algo mayor que tú, ¿no? Creo que se graduó cuando yo estaba en el último
curso. Os parecíais mucho.
Dante asintió.
—Es ingeniero civil y se casó el año pasado. Tenemos una relación bastante
estrecha. Yo me mudé a Seattle hará un par de años. Pensé que estaría bien estar cerca
de mi familia. ¿La tuya sigue aquí? —preguntó.
—Mis padres nunca se han ido de la isla, aunque ambos siguen trabajando en la
ciudad.
—No tienes hermanos, ¿verdad?
—No. Soy hija única.
Su madre, dueña de una de las empresas de arquitectura más punteras de Seattle,
nunca había tenido tiempo para más de un hijo. De hecho, nunca había tenido tiempo
para Kara. Y su padre, un hombre severo y reprobador, tenía su propio bufete de
abogados, lo que significaba que se pasaba muchas horas trabajando. Aunque sus
personalidades hubieran sido propicias para tener una familia, sus trabajos no lo eran.
Cuando se juntó con Jake, escogió a un hombre clavado a su padre. Duro y crítico,
igual que Brady en el instituto, ahora que lo pensaba. Al parecer, su padre había
fastidiado su capacidad para escoger a los hombres. Era otro buen motivo para
renunciar a ellos. Y se mantendría firme en su decisión. Por muy cerca que tuviera a
Dante de Matteo, su amor platónico de la adolescencia. Por mucho que hablara con ella
y la mirara de esa manera y con esa sonrisa. Aunque le hiciera sentir ese cosquilleo.
—¿Entonces no eres licenciada en Bellas Artes, Kara? ¿A qué te dedicas ahora?
—Pues al final terminé haciendo Derecho, también. Me sorprende que no hayamos
coincidido antes.
—Y a mí. Y tardé en encontrarme a Lucie, pero me alegro de haberlo hecho. —
V
olvió a enseñarle los hoyuelos—. Me alegro de que me haya invitado porque así he
podido verte.
—Hizo un gesto con la barbilla—. ¿Te importa que me siente contigo?
Kara volvió a notar una oleada de calor por dentro.
—Mmmmm, claro que no. Siéntate.
Dante cruzó el porche y con un par de zancadas se plantó delante de ella y se sentó
en el columpio. Percibió su olor, denso y masculino, algo almizcalado, que la hacía
estremecer. Y notaba el calor que emanaba de él. Aunque quizás era el suyo, que cada
vez era más intenso al tenerle sentado al lado.
—¿Ejerces de abogada? —le preguntó él, tras lo cual sacudió la cabeza—. Siempre
te he visto como una artista.
—Durante bastante tiempo yo también me vi así…
Era raro oírle decir esas cosas. Una artista… Era lo que siempre ha