Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 118

—No te retendré aquí contra tu voluntad —le dijo en un tono regular y cuidadoso. —Claro que no, porque el famoso Dante de Matteo no haría nada que infringiera el credo de seguridad consensuado. ¿Pero tampoco harías nada que dejara entrar a nadie, verdad? Él se la quedó mirando; la sorpresa era patente en su rostro. Ella también estaba sorprendida. Entonces él frunció el ceño y le dijo en una voz tan baja que apenas le oía: —No. Ella hizo un gesto con la cabeza. —¿Qué significa eso? —Significa que tienes razón. —Hizo una pausa y se pasó una mano por el pelo—. Y es… Nunca me había dado cuenta de que… es un fallo que tengo. Lo considero algo necesario. Sigo pensando que es así en gran parte. Tal vez. Mierda, ya no lo sé, Kara. Ella no pudo evitar enternecerse un poco al captar ese tono despectivo hacia sí mismo; la confusión sincera en su voz. —No sé qué me pasa —reconoció—, pero tiene que ver contigo. Y no me gusta; eso sí que te lo diré. No lo entiendo. Esta noche, al llegar aquí… me ha pasado algo. — Calló y sacudió la cabeza—. Era distinto. Nuevo. No sé si quiero pensar mucho en eso. A la hora de acostarnos decidí que era mejor que no. Pero si la alternativa es que te marches de aquí ahora mismo, entonces pensaré en ello. Haré todo lo que pueda para averiguarlo. —Dante… Lo siento. —¿El qué? —Ser tan cabrona con esto cuando yo me siento del mismo modo. Hay algo que está cambiando en mí y me asusta. Por eso quería marcharme. —¿Y aún quieres irte? —No. Ahora que sé que me quieres aquí, no. A pesar de… de esto, sea lo que sea. —De acuerdo. Está bien. Él alargó el brazo hacia ella; esta vez Kara accedió y se acercó. Su corazón era como un martillito que repiqueteaba en su pecho. Sin embargo, lo dejaría así. Era un poco más fácil sabiendo que él estaba igual de confundido que Kara por lo que estaba pasando entre ellos. Permanecieron callados tanto tiempo que ella empezó a preguntarse si se había quedado dormido. Justo entonces se movió y se tumbó de espaldas, arrastrándola consigo hasta que estuvo encima de él: vientre sobre vientre, sus senos oprimidos por su duro pecho. Notaba sus músculos, incluso, y el leve movimiento de su erección entre sus muslos. Dio un grito ahogado al sentir que el deseo volvía a llegar a su orilla, como una ola imparable. Igual de líquido, igual de fuerte. —Dante…