Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 110

Él se apartó. —Venga, te ayudaré a bajarte de aquí. Se colocó detrás otra vez y ella esperó. Dante la sujetó por la cintura y la ayudó a incorporarse hasta que pudo sentarse a horcajadas afianzándose con las rodillas. Entonces sus manos acariciaron los pechos y ella suspiró, arqueando la espalda. Notaba el calor de su cuerpo a la espalda y sus palmas ardientes en contacto con la piel desnuda. Tenía los pezones tan duros que le dolían. Él se los tocó, pellizcó y retorció ligeramente, lo justo para enviarle una oleada de intensa sensación por todo su ser. Eso la hizo ser consciente de lo húmeda que estaba; eso y el aire fresco que sentía entre los muslos. —Te encanta tener público, ¿verdad? Ahora mismo no te está mirando nadie en concreto pero ¿lo notas? ¿Notas la energía en el aire y su presencia? —Sí —dijo ella con la voz entrecortada. Era verdad. Solo saber que no estaban solos era un subidón. Aunque no tanto como cuando ese extraño la había visto correrse. Oh, no. Esa había sido la experiencia más intensa de su vida. Quería volver a hacerlo pero también quería estar a solas con Dante. Necesitaba algo de consuelo por su parte, aunque no terminaba de entenderlo. Y, de repente, se echó a temblar. —¿Dante…? —Sí, ya lo noto. Yo te sostengo, cielo. La ayudó a bajar del banco y la acogió entre sus brazos al tiempo que se sentaba en una de las butacas de terciopelo y la colocaba en su regazo. Le puso una manta sobre los hombros y le hizo beber agua de una botella que acercó a sus labios. —Dante, ¿te he…? Él le frotó un poco los brazos por encima de la manta. —Shhh, sí. Me has complacido muchísimo. Has estado maravillosa. Perfecta. ¿Cómo sabía que era exactamente eso lo que quería oír? —No me siento… yo misma. —Ya, claro que no. Es normal. Has tocado fondo pero te pondrás bien. Yo te cuidaré. ¿Cuándo le habían dicho algo semejante? ¿Cuándo se lo habían dicho sintiéndolo de verdad? Estaba al borde de las lágrimas. «Le quiero.» No. Era la experiencia en sí la que hablaba. La ligereza que notaba en la cabeza y el hecho de tocar fondo. Pero, entonces, ¿por qué le vibraba el cuerpo entero al pensar en la idea? ¿Por qué tenía que morderse el labio para no decírselo? Mierda, no podría decírselo. A él, no. Ella, no.