Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 108

Al instante reparó en que, en esa posición, su trasero desnudo estaba en pompa. Tenía el monte de Venus apoyado en el suave cuero e inmediatamente le entraron ganas de empujar un poco hacia abajo para aliviar las ganas. Sin embargo, sabía que no debía hacer nada a menos que Dante se lo pidiera. Ella solo quería hacer lo que le ordenara. Dante se le acercó. —Como es tu primera vez, no te ataré, pero no debes moverte si no te lo pido. ¿Lo entiendes? —Sí, lo entiendo. Entonces notó sus manos acariciándole la espalda desnuda, los hombros y luego columna abajo, hacia ese punto tan sensible en la parte baja de su espalda. Cerró los ojos. Era consciente de su roce, de sus caricias y del ritmo que marcaba con las palmas de las manos, acompasado con la música que sonaba de fondo. Le pareció una eternidad. Mientras, se notaba el sexo cada vez más caliente y mojado. Quería que la azotara. Quería pedírselo pero se quedó callada, disfrutando del ardiente deseo que la recorría entera y encendía todas sus terminaciones nerviosas. Dante bajó una mano hasta sus nalgas y le rozó la parte superior de los muslos. La otra mano permaneció en la parte baja de su espalda, inmovilizándola con una presión suave pero imponente que le encantaba. Tenía la sensación de que la tocaba en todos los sitios a la vez… salvo donde más lo necesitaba. Su sexo latente era cada vez más difícil de aplacar. Se notaba los pezones duros en contacto con la superficie del banco. Y justo cuando pensaba que no podría soportarlo más notó las primeras caricias de sus dedos perdiéndose entre sus pliegues. —Oh —gimió ella al tiempo que se echaba un poco hacia atrás. —No, Kara. Estate quieta. Ella se mordió el labio e hizo un esfuerzo para no moverse. Contuvo la respiración mientras él mojaba los dedos en su sexo, arriba y abajo. El placer se manifestaba en forma de olas, líquidas y serpenteantes, que le recorrían las extremidades, los músculos y la piel. Cuando la penetró con sus dedos, Kara dio un grito ahogado y cuando los introdujo aún más, gimió abriendo los ojos de par en par. Al otro lado de la sala había un hombre joven de facciones hermosas. Tenía un cuerpo increíble. Solamente llevaba puestos unos vaqueros oscuros y un collar de cuero. Cuando se dio cuenta de lo que pasaba, que ese apuesto hombre estaba mirando lo que le hacía Dante, se empapó aún más; solo sentía calor y deseo con una intensidad que nunca antes había experimentado. Ella no apartó la mirada de la suya. Y justo cuando el joven esbozaba una sonrisa, Dante bajó la mano y le propinó un buen azote en el trasero. —¡Oh! Acto seguido le acarició la nalga, allí donde ardía, para aliviarla un poco. Entonces