Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 103

cruces de san Andrés, rejillas y mesas de bondage, marcos de madera enormes para bondage donde la gente tramaba unos diseños intrincados con las cuerdas para sujetar los traseros de sus partenaires. Eso de la cuerda era hermoso pero no le iba demasiado. Él prefería el juego de sensaciones. Sin apartar la mano de la cintura de Kara, la acercó a una hilera de bancos para azotes. Sí, eso era lo que más le gustaba a él y sabía que a ella le encantaría. Ese calor sensual de su mano posándose sobre su piel. De vez en cuando le gustaba usar algún juguete como la palmeta, el látigo o las pinzas. Con ella parecía no tener suficiente con la piel que abarcaban sus manos. A Kara le daba vueltas la cabeza. Había empezado a sumirse en el subespacio desde que comenzara el ritual de vestirse y prepararse para Dante. Era algo a lo que se había acostumbrado, algo que le pasaba cada vez que se preparaba para quedar con él, incluso en esas ocasiones en las que acudía a su despacho al final de un día laboral. Pero esto de estar en el club era algo completamente distinto. Ahora que estaban ahí de verdad, en el Pleasure Dome, esa suave sensación amenazaba con embargarla por completo. Era maravilloso y sobrecogedor a la vez, y se alegraba de la estabilidad que le proporcionaba el cuerpo de Dante mientras él la asía con firmeza. Su tacto era imponente y la tranquilizaba. Hacía que quisiera estar ahí aún más si cabía. El lugar era más grande de lo que esperaba; era un almacén enorme con techos abovedados. Había docenas de personas allí usando los diversos artilugios o sentados en grupos en los sofás y butacas que bordeaban la sala. Todo era oscuro: las paredes, los muebles y hasta la iluminación en sí. Sonaba música de fondo; un ritmo constante y sensual que ayudaba a crear una atmósfera de tensión y expectación. Sin embargo, era consciente de todas estas cosas muy de refilón. Lo que realmente le colmaba los pensamientos, el cuerpo, eran imágenes de Dante tocándola, azotándola y dándole órdenes. La llevó hasta una pared donde unas butacas tapizadas con terciopelo rojo oscuro destacaban entre unos bancos para azotes de cuero negro. Comprendió al momento lo que eran y para lo que servían; los había buscado en Internet hacía mucho tiempo y hacía poco también. ¿Cómo sabía Dante que era eso lo que tenía más ganas de hacer? No obstante, mientras él la acompañaba hasta una butaca y dejaba en el suelo la bolsa de piel que traía consigo, la invadieron los nervios y empezó a temblar. ¿De verdad estaba a punto de hacerlo? —Dante… —Shhh, todo irá bien —le aseguró mientras le apartaba el pelo de la cara. La ayudó a quitarse el abrigo, él hizo lo propio y dejó las prendas en el respaldo de la butaca. Cada movimiento era preciso, medido y controlado. Kara inspiró hondo e intentó tranquilizarse centrándose en el control que él mantenía