Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 93

concentrado. Le pasó el trapo mojado por la espalda varias veces antes de contestar. —Mischa… No sé qué está pasando entre nosotros, pero algo ha cambiado y no son imaginaciones mías. Ella se mordió el labio. —No, no lo son. —Hay una conexión… —Sí. Le dio un vuelco el corazón mientras esperaba su respuesta. —Debe de ser por eso que has tocado fondo tan fuerte. —Quizá. Quizá sea eso. La verdad es que no lloro nunca, Connor. Ni siquiera cuando me rompí el brazo a los nueve años… Estaba ahí, en la sala de espera, completamente callada. La enfermera me dijo que era muy valiente pero… no lo sé. —¿Qué es lo que no sabes? —quiso saber él. —No creo que fuera cuestión de valentía. Era porque Evie estaba sentada a mi lado, frotándose las manos, inquieta, y con una cara… Era como si fuera a estallar, a derrumbarse como cuando la dejaba alguno de sus novios. No dejaba de preguntarme si estaba bien. Como si diciéndole que lo estaba desapareciera todo. Y Raine debía de tener unos seis años por aquel entonces… Estaba a su lado y parecía muy pequeña. Estaba hecha un mar de lágrimas. Yo era la única que podía con la situación. —Joder, Mischa. Eso es mucho para una niña de nueve años. Ella se encogió de hombros pero aún sentía ese dolor; el dolor de todas las otras cosas en su infancia que se esforzaba siempre por olvidar. —No sé por qué te lo estoy contando —repuso ella al final. —Pues puede que sea por esa conexión de la que hablábamos. Mira, tienes que saber que está bien que me cuentes estas cosas. No estoy aquí para juzgarte. No te lo voy a recordar y mucho menos a recriminar. Te lo prometo. Y las lágrimas… no tienes por qué contenerlas. —Sí tengo que hacerlo. —¿Por qué? El corazón le latía desbocado. Tenía que esforzarse para hablar y cuando lo consiguió, le dijo en un susurro: —Porque exponerme y llorar me da miedo. —También me lo da a mí. Se quedaron callados un rato. Él sumergió el paño en el agua y lo estrujó sobre su espalda otra vez; ella fijó la vista en las ondas del agua. Le estaba dando tiempo para tranquilizarse y absorber todo lo que había pasado. Todo lo que habían dicho. Tal vez fuera para que él también pudiera tranquilizarse. Se sentía tan amparada y cobijada por lo que acababa de reconocer ante él y su voz pausada como por el vapor, la humedad y calidez del ambiente. Se sentía algo vacía, pero también entendía —al menos hasta cierto punto— que había sido necesario. Para ella y tal vez para lo que fuera que hubiera entre ambos, también. Cuando hubo pasado un buen rato, el suficiente para que el agua de la bañera empezara a enfriarse, él le preguntó: —¿Necesitas algo? ¿Quieres un vaso de agua? —No. Solo… quédate conmigo. Mischa le miró y encontró su mirada verde: él asintió. Connor le cogió la mano, entrelazando los dedos con los suyos y le dio un beso.