Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 90

Se tranquilizó y esperó, aunque su cuerpo le pedía más. Al final se la introdujo poquito a poco. Notó un poco de dolor, pero era por su gran tamaño, básicamente. Sin embargo, el placer era como una oleada, una réplica que la mecía suavemente. —Oh… Él apartó un poco las caderas, sacando casi todo el pene, y luego volvió a hundirse en ella. Ella le acercó el trasero para acogerle mejor. —Ah, es perfecto —murmuró él—. Es genial. Tienes un culo impresionante. Tiene un tacto y un aspecto increíbles. Me vuelve loco. Necesito follarte. Quiero follarte de verdad. Dime, Mischa, ¿puedes resistirlo? —Sí, claro. Hazlo, Connor: fóllame. —Ah… Empezó a moverse despacio, entrando y saliendo. Con cada embestida el placer era cada vez mayor; primero era en forma de olas líquidas y ondulantes, luego era algo más fuerte. Le encantaba la tirantez que notaba cuando se retiraba. La enorme presión cuando la llenaba de una forma que no había sentido nunca antes. Podría correrse solo con esta sensación… casi. Y una vez más él le leyó la mente; supo interpretar las ganas de su cuerpo. Con una mano empezó a masajearle el clítoris. —Joder, Connor… —Quiero que te corras. Quiero que te corras al mismo tiempo que yo. Y será muy pronto, porque el tacto es increíble. —Movió las caderas bruscamente; el dolor y el placer se mezclaron en su interior. No obstante, el dolor hacía que el placer fuera más intenso y le daba un matiz más profundo—. Voy a… follarte… hasta que nos corramos los dos. Siguió acariciándola con los dedos mientras la penetraba sin piedad. El cuerpo de ella era un cúmulo de sensaciones que la hacían volar. Arqueaba la espalda, acercándose más a él, a su pene y a su mano. Quería más y más. Era demasiado. Era abrumador. Él le metió dos dedos con fuerza y empujó con las caderas, penetrándola con pasión. Mischa no se había sentido nunca tan llena, tan al límite. Connor flexionó los dedos hasta dar con su punto G. Cuando ella alcanzó el orgasmo, el clímax llegó como un rayo de luz cegador. —¡Connor! —Ah, me corro, cielo… me estoy corriendo… Seguía empujando y moviendo las caderas y ella siguió corriéndose también, estremeciéndose entera como si hubiera un pequeño terremoto que la hiciera temblar en su interior. Tal vez fuera porque la llenaba a la vez por la vagina y el culo. Quizá fu