Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 88

El corazón le latía a mil por hora y empezaba a derretirse por dentro. —¿Piensas quedarte? —¿Me invitas? —Pensaba que el único que podía tomar decisiones eras tú —dijo ella con la voz algo entrecortada. Sus bocas estaban a punto de rozarse… «Bésame…» —Es algo consensuado siempre, cielo. Deberías saberlo ya. Ella asintió. Le temblaban las piernas, se notaba los pechos pesados y los pezones duros. Sus labios ansiaban los suyos mientras él se le acercaba lo suficiente para notar su cálido aliento. —¿Eso es un sí? —murmuró él a punto de besarla. Lo único que pudo hacer ella fue asentir de nuevo. Entonces la besó. Primero notó la presión de sus labios y después la lengua. Ella suspiró y se dejó fundir con él con un beso cada vez más intenso. Él tomaba el control con su boca y ella se entregaba por completo. Connor la rodeó con los brazos tan fuerte que podía dejarle marcas, incluso, y sus pechos estaban atrapados contra su torso. Le asió el trasero con ambas manos y empezó a darle pellizcos sin dejar de besarla. Su boca era exigente; estaba hambrienta. Sus manos castigadoras le decían que, una vez más, él estaba completamente al mando. Se notaba el sexo cada vez más húmedo a medida que el dolor aumentaba. Su lengua sedosa la estaba volviendo loca. El clítoris le latía de la excitación con un ritmo frenético. Apretó los muslos, pero sabía que nada superaba su tacto. «Tócame…» Como si él le leyera la mente, y no era la primera vez, le separó los muslos con una pierna y la atrajo hacia sí con fuerza hasta que su anhelante sexo estuvo en contacto con su fuerte muslo. Ella arqueó las caderas, frotándose contra él. No bastaba. Sabía que él lo hacía así a propósito. Mischa masculló y él se apartó. —Los giros inesperados son juego limpio —dijo él con un tono tentador en la voz que, a pesar de todo, también estaba impregnado de pasión—. No crees, ¿cielo? —Sí… Estaba preparada para cualquier cosa que quisiera de ella. Connor tenía razón. No tardaba mucho en enviarla al subespacio. Notaba cómo su mente empezaba a vaciarse. Lo único que sabía era lo mucho que lo deseaba y lo dispuesta que estaba a soportar lo que fuera que le pidiera. No solo dispuesta sino anhelante. La desnudó sin mediar palabra: le quitó los pantalones de yoga y la ropa interior. La ayudó a quitarse las zapatillas antes de despojarla de la camiseta y luego le dio la vuelta. Mischa se sentía maravillosamente expuesta y se notaba los pechos hinchados. —Qué bien que no llevaras sujetador. Qué bonita eres. Ahora inclínate hacia delante y apoya las manos en el asiento del taburete. Muy bien, así. Ella hizo lo que le pidió; no podía hacer otra cosa. —Ah, tienes un culo de primera —le dijo mientras empezaba a acariciarle la piel con unas caricias largas que le hacían cosquillas y la excitaban al mismo tiempo. ¿Te he di