Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 87

—Yo creo que sí. —Alargó la mano y le tocó la nuca, que luego le apretó un poco. Añadió en voz baja—: Te he visto sumida en el subespacio, Mischa. Ella tragó saliva. —Solo como respuesta al dolor… a la sensación. —¿Y no es lo mismo? Da igual lo que te lleve hasta ahí. Es mucho más que las endorfinas, la respuesta química a los estímulos. Empiezas a bajar cuando te agarro el cuello como hago ahora. Noto cómo te resistes, pero si no paro pronto, empezarás a sumirte en el subespacio igualmente. ¿Tenía razón? No quería, pero ya empezaba a sentir ese zumbido en el cuerpo, en la cabeza. Suspiró. —Connor… Él apartó la mano. —Podemos hablarlo después, si quieres. Quería enfadarse con él, pero le sonreía de tal manera, como satisfecho consigo mismo, que resultaba de lo más encantador. Y medio desnudo, que bastaba para hacer que cualquier mujer se desmayara. Algo que ella no iba a hacer, claro, a pesar de la increíble anchura de sus hombros, la dureza de su pecho, los pezones oscuros, tan apetecibles como sus abdominales. Se mordió el labio. «Tranquilízate un poco.» Se sentía ridícula al no poder decidirse entre estar enfadada y muy excitada. Fuera como fuera, tenía trabajo que hacer. —¿Termino el tatuaje o vas a seguir tentándome? —preguntó ella, tratando de recobrar un poco la compostura y tomar las riendas de la situación… y de sí misma. —Ambas cosas. Ella se echó a reír. —Puede. Veamos si puedes comportarte una hora o dos más. —Me esforzaré, pero no te prometo nada —repuso él al tiempo que volvía a colocarse de espaldas. Esa espalda que era una sinfonía de músculos. Era casi tan bonita como la parte frontal de su enorme cuerpo… Inspiró hondo, introdujo la aguja en el botecito de tinta y se esforzó por concentrarse. Eran casi las dos de la mañana cuando pararon. Mischa le limpió la piel con suavidad y le aplicó un poco de ungüento. El tatuaje estaba a medias. —No te preocupes —le dijo—, te lo haré por secciones para que no tengamos que esperar semanas para que te cures y poder terminar. Si el próximo día empezamos antes, puede que te lo termine en una sesión. —Como quieras. Aunque sé que tienes que volver a San Francisco. Había empezado a recoger las cosas y se detuvo. ¿Por qué tenía que recordarle eso ahora? ¿Y por qué se le encogía el corazón al pensar en dejar Seattle? En dejarle a él. «Para ya.» —No pasa nada si duermo con la espalda pegada a la cama, ¿verdad? —preguntó mientras movía los hombros para relajarlos un poco, —No, pero prepárate para manchar de tinta las sábanas. Él se acercó y la atrajo hacia sí. —Dile a Dylan que le compraré sábanas nuevas.